domingo, 6 de septiembre de 2009

Bernardo de Monteagudo Ideólogo Independentista Americano. 4 Documentos Originales

Bernardo de Monteagudo y el proceso revolucionario del Río de la Plata desde el 25 de Mayo de 1809
El 25 de mayo de 1810 -a poco de llegar a Buenos Aires la noticia de que Sevilla había caído en manos de las tropas de Napoleón- se constituyó en Buenos Aires el primer gobierno patrio. Reunido en la Plaza de la Victoria, hoy Plaza de Mayo, el pueblo de Buenos Aires impuso su voluntad al Cabildo y creó la Junta Provisoria Gubernativa del Río de la Plata, conocida como Primera Junta. Se iniciaba así el proceso revolucionario que desembocaría en la declaración de la Independencia el 9 de julio de 1816. Para recordarlo, hemos seleccionado un artículo en el cual Bernardo de Monteagudo se refiere tanto a la Revolución de Mayo, como a la rebelión de Chuquisaca del 25 de mayo de 1809, considerada la chispa del movimiento que estallaría un año después en Buenos Aires.
Fuente: El Mártir o Libre, 25 de mayo de 1812, citado en Bernardo de Monteagudo, Escritos, Honorable Senado de la Nación. Dirección de publicaciones, Buenos Aires, 1989.


“¡Qué tranquilos vivían los tiranos y qué contentos los pueblos con su esclavitud antes de esta época memorable! Parecía que nada era capaz de turbar la arbitraria posesión de aquellos, ni menos despertar a éstos de su estúpido adormecimiento. ¿Quién se atrevía en aquel tiempo a mirar las cadenas con desdén, sin hacerse reo de un enorme atentado contra la autoridad de la ignorancia? La fanática y embrutecida multitud no sólo graduaba por una sacrílega quimera el más remoto designio de ser libre, sino que respetaba la esclavitud como un don del cielo, y postrada en los templos del Eterno, pedía con fervor la conservación de sus opresores, lloraba y se ponía pálida por la muerte de un tirano, celebraba con cánticos de alabanza el nacimiento de un déspota y, en fin, entonaba himnos de alegría siempre que se prolongaban los eslabones de su triste servidumbre. Si alguno por desgracia rehusaba idolatrar al despotismo, y se quejaba de la opresión, en breve la mano del verdugo le presentaba un trofeo sobre el patíbulo y moría ignominiosamente por TRAIDOR AL REY. A esta sola voz se estremecían los pueblos, temblaban los hombres y se miraban unos a otros con horror, creyéndose todos cómplices en el figurado crimen del que acababa de expirar. En este deplorable estado parecía imposible que empasase (sic) en sangre el centro de los opresores. Pero la experiencia sorprendió la razón, el tiempo obedeció al destino, dio un grito la naturaleza y se despertaron los que hacían en las tinieblas el ensayo de la muerte.”
“El día 25 de mayo de 1809 se presentó en el teatro de las venganzas el intrépido pueblo de la Plata, y después de dar a todo el Perú la señal de alarma desenvainó la espada, se vistió de cólera y derribó al mandatario que lo sojuzgaba, abriendo así la primera brecha al muro colosal de los tiranos. Un corto número de hombres iniciados en los augustos misterios de la patria, y resueltos a ser las primeras víctimas de la preocupación, decretaron deponer al presidente Pizarro y frustrar por este medio los ensayos de tiranía que preparaba el execrable Goyeneche, entablando un complot insidioso con todos los jefes del Perú. El carácter impostor con que se presentó este vil americano, y los pliegos que introdujo de la princesa del Brasil con el objeto de disponer los pueblos a recibir un nuevo yugo, fueron el justo pretexto que tomaron los apóstoles de la revolución para variar el antiguo régimen, tocando los dos grandes resortes que inflaman a la multitud, es decir, el amor a la novedad y el odio a los que han causado su opresión.”
“Alarmadas ya por este ejemplo todas las comarcas vecinas, y estimuladas a seguirlo por combinaciones ocultas, no tardó el virtuoso y perseguido pueblo de la Paz en arrojar la máscara a los pies, formar una junta protectora de los derechos del pueblo, y empezar a limar el cetro de bronce que empuñaban los déspotas con altanería. No hay duda que los progresos hubieran sido rápidos, si las demás provincias hubieran igualado sus esfuerzos, atropellando cada una por su parte las dificultades de la empresa y batiendo en detalle al despotismo. Mas sea por desgracia, o porque quizá aún no llego la época, permanecieron neutrales Cochabamba y Potosí, burlando la esperanza de los que contaban con su unión. De aquí resultó, que aisladas las primeras provincias a sus débiles arbitrios, quedaron luchando con el torrente de la opinión y el complot de los antiguos mandatarios, sin más auxilio que el de sus deseos, y quizá sin proponerse otra ventaja que llamar la atención de la América y tocar al menos el umbral de la LIBERTAD. Este grave peligro realizado después por la experiencia, fomentó la conjuración de todos los mandatarios españoles; y en seguida el vil Goyeneche, de acuerdo con el nefando obispo de la Paz, dirigieron sus miras hostiles contra esa infeliz ciudad, triunfando al fin de su heroica resistencia por medio de la funesta división introducida por sus ocultos agentes. ¡Oh, cómo quisiera ocultar de mi memoria esta escena deplorable! Pero si el corazón se interesa en el silencio, también la gratitud reclama el homenaje de un religioso recuerdo.”
“Luego que la perfidia armada mudó el teatro de los sucesos, empezó el sanguinario caudillo a levantar cadalsos, fulminar proscripciones, remachar cadenas, inventar tormentos y apurar, en fin, la crueldad hasta obscurecer la fiereza del temerario Desalines. Las familias arruinadas, los padres sin hijos, las esposas sin maridos: las tumbas ensangrentadas, los calabozos llenos de muerte, por decirlo así: sofocado el llanto, porque aún el gemir era un crimen, y disfrazado el luto, porque el sólo hecho de vestirlo mostraba cómplice al que lo traía. ¡Qué espectáculo! Permítaseme hablar aquí en el lenguaje del dolor y turbar el reposo de los que ya no existen, pero que aún viven en la región de la inmortalidad. ¡Oh, sombras ilustres de los ciudadanos Victorio y Gregorio Lanza! ¡Oh, intrépido joven Rodríguez! ¡Oh, Castro, guerrero y virtuoso! ¡Oh, vosotros todos los que descansáis en esos sepulcros solitarios! Levantad la cabeza en este día de nuestro glorioso aniversario, y si aún sois capaces de recibir las impresiones de un mortal, no vayáis a buscar vuestras familias y vuestros hijos, contentaos con saber que viven y que algún día vengarán vuestras afrentas. Por ahora yo os conjuro por la patria, a que deis un grito en medio de la América, y hagáis ver a todos los pueblos, cuál es la suerte de los que aspiran a la LIBERTAD, si por desgracia vuelven a caer en poder de los tiranos. Pero yo veo que el sentimiento ha precipitado mis ideas, y que involuntariamente he puesto un doloroso paréntesis al ensayo que he ofrecido. Debo, sin embargo, continuar, aunque me exponga segunda vez a ser víctima de mi propia imaginación.”
“Sojuzgada la provincia de la Paz y difundido el terror por los demás, quedaba la de Charcas sobre el borde del precipicio, y sus habitantes no tenían otro consuelo que la dificultad de que hubiese otro hombre tan fiero y sanguinario como el represor Goyeneche. En verdad parecía imposible que la naturaleza aún tuviese fuerzas para producir un nuevo monstruo, y que no se hubiese ya cansado y arrepentido de influir en la existencia de aquel bárbaro americano. Pero bien presto disipó la realidad esta ilusión, y se presentó un español marino en sus costumbres, soldado en sus vicios; y militar tan consumado en la táctica del fraude, como en el arte de ser cruel. Con el título de pacificador del Alto Perú, y comisionado del último virrey de estas provincias entró al fin Nieto a la de Charcas auxiliado por el protervo Sanz, gobernador de Potosí, y digno socio de los conjurados liberticidas. Por un concurso feliz de circunstancias imprevistas, no se renovó en la Plata la sangrienta escena de la Paz; mas, sin embargo, gimió la humanidad y se estremeció el sentimiento al ver transformada en un desierto solitario la ciudad más floreciente del ángulo peruano. Decapitado civilmente su honrado vecindario, entregados al dolor y a las tinieblas sus mejores hijos, dispersas sus familias y reducidas a la mendicidad, mientras el opresor desafiaba a sus pasiones, y decretaba entre la crápula y el furor la ruina de los hombres libres, la vida era el mayor suplicio para los espectadores de este suceso, y si el tirano no hubiese sido tan cruel, más bien hubiera descargado el último golpe sobre la garganta de tantos infelices.”
“Todos veían pendiente sobre su cabeza el puñal exterminador de la arbitrariedad: el indio había vuelto a vestir su antiguo luto, la LIBERTAD sollozaba inútilmente en las tinieblas, el Perú quería esconderse en las entrañas de la tierra y no podía: en fin, todo había muerto para la esperanza, y nada existía sino para el dolor, cuando el pueblo de Buenos Aires… basta, no es preciso decir más para elogiarlo; declara la guerra al despotismo, y enarbola el 25 de mayo de 1810, el terrible pabellón de la venganza. El virrey Cisneros presencia con dolor los funerales de su autoridad, el gobierno se regenera, el pueblo reasume su poder, se unen las bayonetas para libertar los oprimidos, marchan las legiones al Perú, llegan, triunfan, se esconden los déspotas, huyen sus aliados, tropiezan con los cadalsos y caen en el sepulcro. Yo los he visto expiar sus crímenes, y me he acercado con placer a los patíbulos de Sanz, Nieto y Córdoba para observar los efectos de la ira de la patria, y bendecirla por su triunfo. Ellos murieron para siempre, y el último instante de su agonía fue el primero en que volvieron a la vida todos los pueblos oprimidos. Por encima de sus cadáveres pasaron nuestras legiones, y con la palma en una mano y el fusil en otra corrieron a buscar la victoria en las orillas de Titicaca; y reunidos el 25 de mayo de 1811 sobre las magníficas y suntuosas ruinas de Thiahuanacu, ensayaron su coraje en este día, jurando a presencia de los pabellones de la patria empaparlos en la sangre del pérfido Goyeneche y levantar sobre sus cenizas un augusto monumento a los mártires de la independencia.”
“Era tal la confianza que inspiraban los primeros sucesos de nuestras armas, que nadie dudaba ya del triunfo, y parecía que la constancia de la suerte iba a someter su imperio al orden sucesivo de nuestros deseos. Mas por uno de esos contrastes que necesitan los pueblos para hacerse guerreros, venció el ejército agresor, y del primer escalón de la LIBERTAD se precipitaron nuevamente en el abismo de la esclavitud todas las comarcas del Perú. Los enemigos se embriagaban de orgullo y de placer a vista de nuestras desgracias, el corazón de la patria se entregaba entonces a los conflictos del dolor: Goyeneche describe con saña la ruta que debía seguir nuestro destino, Vigodet cree tan segura nuestra ruina, que ya le parece inútil procurarla: pero el tiempo burla la esperanza de ambos, y por el resultado de sus medidas hemos visto la nulidad de sus arbitrios. A pesar de su rabia la patria vive, y las decantadas fuerzas del monstruo de Arequipa apenas han avanzado en el espacio de once meses 150 leguas, sin haber podido subyugar en el auge de su triunfo los robustos brazos de Oropesa, ni aún acabar de conquistar esos mismos pueblos que cedieron al impulso precario de la fuerza.”
“Tal es en compendio la historia de nuestra regeneración política desde el 25 de mayo de 1809 hasta la época presente. Hoy hace dos años que expiró el poder de los tiranos, y arrancó este pueblo de las fauces de la muerte su propia existencia y la de todo el continente austral. En vano pronosticaron entonces los déspotas que nuestro gobierno vería confundidas nuestras exequias con las mismas aclamaciones que recibía de los pueblos. Él ha subsistido ya dos años en medio de las más crueles borrascas, ¿y por qué no llegará el tercer aniversario con la gloria de haber declarado solemnemente la majestad del pueblo? Sería un crimen el robar a nuestro corazón este placer tan deseado, pero también será un escándalo el ahorrar la sangre de nuestras venas, cuando se trata de consolidar la independencia del Sud, y restituir a la América su ultrajada y santa LIBERTAD.”
Apéndice a todas las observaciones de este periódico.“Si alguna cosa puede acabar de confundir el orgullo humano, es la triste necesidad de repetir con frecuencia aquellas mismas verdades que aprende el hombre desde el seno de su madre, y cuyo menor olvido le impide el ser feliz haciéndole muchas veces desgraciado. No hay animal tan estúpido que ignore los medios de asegurar su existencia y satisfacer el impulso de sus necesidades. Sólo el hombre carece en esta parte de los precisos conocimientos, y por último colmo de su desgracia abusa de los que tiene y obra como si no los tuviera. ¿Qué razón hay, por ejemplo, para que un pueblo que desee ser libre no despliegue toda su energía sabiendo que es el único medio de salvarse? Seguramente es imposible encontrar otro, aún cuando se consulten todos los oráculos de la razón y se apuren los recursos de la orgullosa filosofía. Para dejar de ser esclavo basta muchas veces un momento de fortuna y un golpe de intrepidez: mas para ser libre, se necesita obrar con energía y fomentar la virtud: este es el último resultado que se descubre después de las más profundas y repetidas observaciones. Energía y virtud: en estas dos palabras se ve el compendio de todas las máximas que forman el carácter republicano.”
“Mas yo no veo que ningún pueblo haya desplegado jamás este carácter, sin recibir grandes y frecuentes ejemplos del gobierno que lo dirige. Un pueblo enérgico bajo un gobierno débil sería tan monstruoso como si un corazón muerto pudiera animar un cuerpo vivo. Nada importará que el guerrero pelee como ciudadano, y el ciudadano obre como un héroe, si los funcionarios públicos sancionan los crímenes con su tolerancia y proscriben la virtud con el olvido. ¿Qué diferencia hay entre el asesino de la patria y el mártir de la LIBERTAD, si ambos respiran el mismo aire y habitan el mismo domicilio? ¿Y quién será capaz de reprimir el exceso de la malicia, si siempre se deja impune la malicia del exceso? ¡Ojalá no diese motivo a desenvolver esta teoría la inicua conducta de nuestros enemigos! ¡Pero qué difícil es la alianza del egoísmo con el espíritu de LIBERTAD! Compárense los sentimientos indulgentes y liberales que hasta hoy hemos acreditado con la negra envidia y los celos que fomentan en sus sinagogas los corifeos del despotismo. ¿Pierden acaso la menor posibilidad de conspirar en las tinieblas contra la existencia de la patria? Si cayeran a nuestras manos todas sus correspondencias secretas, ¿qué de crímenes no se descubrirían? Si pudiéramos escuchar sus clandestinas confabulaciones ¿cuántos de los que nos miran con semblante risueño desearían rasgar nuestras entrañas? Véase la conducta del obispo de Salta, y la de otros infinitos que en todos los pueblos visten la máscara de indiferentes. Pero entre estos ¿quiénes son los más culpables? Los europeos no, porque al fin es natural que sientan perder lo que creyeron poseer eternamente: ¡pero los americanos!. . . Yo no creo que ellos tengan bastante sangre para expiar sus crímenes, y la indulgencia con éstos es el supremo crimen que puede cometer el gobierno.”
“Pero ya que en este día celebramos la gloriosa memoria del 25 de Mayo de 1810, debemos reflexionar antes de asistir a los espectáculos y fiestas públicas que todas las fatigas, angustias, sobresaltos y privaciones que hasta hoy hemos sufrido, son otros tantos motivos que nos empeñan a continuar la obra de nuestra salud con firmeza y con coraje: reflexionemos que la sangre derramada por nuestros campeones en las llanuras de Huaqui, en los campos de Aroma, en las inmediaciones de Amiraya, en las márgenes del río Suipacha, en las quebradas del Nazareno en la gloriosa acción de las Piedras, grita por la venganza y el castigo de nuestros gloriosos opresores. Y si nos creemos dignos del nombre americano, vamos, vamos cuanto antes a exterminar a los mandatarios de Montevideo, a confundir a protervo Goyeneche, y salvar a nuestros hermanos del imperio de la tiranía: funcionarios públicos, guerreros de la patria, legiones cívicas, ciudadanos de todas clases, pueblo americano, jurad por la memoria de este día, por la sangre de nuestros mártires y por las tumbas de nuestros antepasados, no tener jamás sobre los labios otra expresión que la independencia o el sepulcro, la LIBERTAD o la muerte.”

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Oración Inaugural
(Pronunciada en la apertura de la Sociedad Patriótica la tarde del 13 de enero de 1812)

Yo prefiero una procelosa libertada la esclavitud tranquila.Lepid. Arenga al pueblo romano.

Exordio

Aislado el hombre en su primitivo estado y reducido al estrecho círculo de sus insuficientes recursos, buscó en la sociedad de sus semejantes el apoyo de su precaria existencia, y bien presto la necesidad sancionó la unión recíproca que anhelaba el instinto. Mas apenas conoció las primeras ventajas de esta asociación, cuando ya sintió sus inconvenientes y peligros: el más fuerte, el más sagaz de los asociados hizo los primeros ensayos de la tiranía, y el débil resto empezó a preparar con su obediencia pasiva la materia de que se había de formar después el primer eslabón de la cadena de los mortales. La sociedad hizo progresos, el hombre satisfizo sus necesidades, encontró lo útil, descubrió lo agradable y calculó que podría dilatar con el tiempo la esfera de sus placeres. Cada día daba un paso en sus adquisiciones y retrogradaba en sus recursos, porque sus urgencias se multiplicaban en razón de aquéllas: crecían sus apetitos, pululaban sus pasiones, y su inexperta razón fluctuaba en la impotencia de satisfacerlas. En este contraste empezó el hombre a inventar recursos y combinar sus fuerzas con los primeros medios que lo sugería su limitado y naciente ingenio. El error presidió sus primeros ensayos, y en el embrión de sus combinaciones descubrió ya el germen de sus vicios, resultado preciso de su ignorancia; porque la perversidad no es sino el efecto de un falso cálculo. Por último emprendió el crimen sin prever sus consecuencias, y su corazón recibió entonces diferentes impresiones que fijaron la época de su corrupción y de su infelicidad.
Ofuscado ya el espíritu humano y viciada su complexión moral, se familiarizó con los atentados y puso por ley fundamental de su primer código la fuerza y la violencia. En este período la raza de los hombres se multiplicaba ya por todas partes, y de las primeras sociedades empezaron a formarse sucesivamente reinos, imperios y numerosas asociaciones. La tierra se pobló de habitantes; los unos opresores y los otros oprimidos: en vano se quejaba el inocente; en vano gemía el justo; en vano el débil reclamaba sus derechos. Armado el despotismo de la fuerza, y sostenido por las pasiones de un tropel de esclavos voluntarios, había sofocado ya el voto santo de la naturaleza, y los derechos originarios del hombre quedaron reducidos a disputas, cuando no eran combatidos con sofismas. Entonces se perfeccionó la legislación de los tiranos: entonces la sancionaron a pesar de los clamores de la virtud, y para acabar oprimirla llamaron en su auxilio el fanatismo de los pueblos, y formaron un sistema exclusivo de moral y religión que autorizaba la violencia y usurpaba a los oprimidos hasta la libertad de quejarse, graduando el sentimiento por un crimen.
Mientras el mundo antiguo, envuelto en los horrores de la servidumbre, lloraba su abyecta situación, la América gozaba en paz de sus derechos, porque sus filántropos legisladores aun no estaban inficionados con las máximas de esa política parcial, ni habían olvidado que el derecho se distingue de la fuerza como la obediencia de la esclavitud; y que, en fin, la soberanía reside sólo en el pueblo y la autoridad en las leyes, cuyo vasallo es el príncipe. No era fácil permaneciesen por más tiempo nuestras regiones libres del contagio de la Europa, en una época en que la codicia descubrió la piedra filosofal que había buscado inútilmente hasta entonces. Una religión cuya santidad es incompatible con el crimen sirvió de pretexto al usurpador. Bastaba ya enarbolar el estandarte de la cruz para asesinar a los hombres impunemente, para introducir entre ellos la discordia, usurparles sus derechos y arrancarles las riquezas que poseían en su patrio suelo. Sólo los climas estériles donde son desconocidos el oro y la plata, quedaban exentos de este celo fanático y desolador. Por desgracia la América tenía en sus entrañas riquezas inmensas, y esto bastó para poner en acción la codicia, quiero decir el celo de Fernando e Isabel que sin demora resolvieron tomar posesión por la fuerza de las armas, de unas regiones a que creían tener derecho en virtud de la donación de Alejandro VI, es decir, en virtud de las intrigas y relaciones de las cortes de Roma con la de Madrid. En fin, las armas devastadoras del rey católico inundan en sangre nuestro continente; infunden terror a sus indígenas; los obligan a abandonar su domicilio y buscar entre las bestias feroces la seguridad que les rehusaba la barbarie del conquistador.
Establecida por estos medios la dominación española se aumentaban cada día los eslabones de la cadena que ha arrastrado hasta hoy la América, y por el espacio de más de 300 años ha gemido la humanidad en esta parte del mundo sin más desahogo que el sufrimiento, ni más consuelo que esperar la muerte y buscar en las cenizas del sepulcro el asilo de la opresión. La tiranía, la ambición, la codicia, el fanatismo, han sacrificado millares de hombres, asesinando a unos, haciendo a otros desgraciados, y reduciendo a todos al conflicto de aborrecer su existencia y mirar la cuna en que nacieron como el primer escalón del cadalso donde por el espacio de su vida habían de ser víctimas del tirano conquistador. Tan enorme peso de desgracias desnaturalizó a los americanos hasta hacerlos olvidar que su libertad era imprescriptible: y habituados a la servidumbre se contentaban con mudar de tiranos sin mudar de tiranía. En vano de cuando en cuando la naturaleza daba un grito en medio de la América por boca de algunos héroes intrépidos: un letargo profundo parecía ser el estado natural de sus habitantes, y si alguno hablaba, luego caía sobre su cabeza el homicida anatema del rey o de sus ministros, y los buenos deseos de los corazones sensibles doblaban la desgracia y la humillación de los demás... Las edades se sucedían, las revoluciones del globo mostraban la instabilidad del trono de los déspotas, y sólo la América parecía estar destinada a servir de eterno pábulo a la tiranía exaltada, hasta que presentándose sobre la escena del mundo un político y feliz guerrero, cuyos triunfos igualan el número de sus empresas, y a quien con razón hubiera mirado la ciega gentilidad como al Dios de las batallas, concibe el gran designio de regenerar a esa nación degradada por la corrupción de su corte, enervada por las pasiones de sus ministros y reducida por la ignorancia a una estúpida apatía que no lo dejaba acción sino para aniquilar lo que ya había destruido su codicia. Lo consigue por medio de la fuerza combinada con la persuasión e intrigas de los mismos españoles, y el león de tan decantada bravura rinde la cerviz a las armas del emperador. Llegan las primeras noticias a la América, y al modo que un fenómeno incalculado pone en entredicho las sensaciones del filósofo, quedan todos al primer golpe de vista poseídos de sorpresa, que en los unos produce luego el pavor y en otros la confianza. Los hombres se preguntan con asombro ¿qué hay de nuevo? Y todos buscan el silencio para contestar que pereció la España y se disolvió ya la cadena de nuestra dependencia. No importa que busquen todavía el silencio y la sombra para respirar; en breve serán todos intrépidos, y sólo temblarán los que antes infundían terror al humilde americano.
Así sucedió a poco tiempo: empezó nuestra revolución, y en vano los mandatarios de España ocurrirán con mano trémula y precipitada a empuñar la espada contra nosotros: ellos erguían la cabeza, y juraban apagar con nuestra sangre la llama que empezaba a arder; pero luego se ponían pálidos al ver la insuficiencia de sus recursos. La Plata rasgó el velo; la Paz presentó el cuadro; Quito arrostró los suplicios; Buenos Aires desplegó a la faz del mundo su energía y todos los pueblos juraron sucesivamente vengar la naturaleza ultrajada por la tiranía.
Ciudadanos, he aquí la época de la salud: el orden inevitable de los sucesos os ha puesto en disposición de ser libres si queréis serlo: en vuestra mano está abrogar el decreto de vuestra esclavitud y sancionar vuestra independencia. Sostener con energía la majestad del pueblo; fomentar la ilustración, y tales deben ser los objetos de esta sociedad patriótica, que sin duda hará época en nuestros anales, si, como yo lo espero, fija en ellos los esfuerzos de su celo y amor público. Analicemos la importancia de esta materia.

Artículo primero

No habría tiranos si no hubiera esclavos, y si todos sostuvieran sus derechos, la usurpación sería imposible. Luego que un pueblo se corrompe pierde la energía, porque a la transgresión de sus deberes es consiguiente el olvido de sus derechos, y al que se defrauda lo que se debe a sí propio le es indiferente el ser defraudado por otro. Cuando veo a Roma libre producir tantos héroes como ciudadanos, cuando veo al tribuno, al cónsul, al dictador sacrificarse en las calamidades públicas a las furias infernales por medio de una augusta y terrible ceremonia; cuando veo que el espíritu público forma el patrimonio de un romano; cuando veo el pabellón de la república en toda Italia, en una parte de la Sicilia, en la España, en las Galias y aun en el Africa, infiero desde luego que en Roma no puede haber un usurpador, porque veo que el pueblo sostiene sus derechos y respeta sus deberes; pero cuando veo que cada magistrado es un concesionario, que sólo el dinero y la intriga elevan los pretendientes a las sillas curules, que las legiones de la República no son ya sino las legiones de los próceres, y que los ciudadanos no tratan sino de hacer un tráfico vergonzoso de sus derechos, no dudo que se acerca la época de Augusto y el fin de la república.
Un usurpador no es más que un cobarde asesino que sólo se determina al crimen cuando las circunstancias le aseguran la ejecución y la impunidad; teme la sorpresa, y procura prevenir el descuido: la energía del pueblo lo arredra, y así espera que llegue a un momento de debilidad o caiga en la embriaguez febril de sus pasiones: él conoce que mientras la Libertad sea el objeto de los votos públicos, sus insidias no harán más que confirmarlas, pero que cuando en las desgracias comunes cada uno empieza a decir "yo tengo que cuidar mis intereses", este es el instante en que el tirano ensaya sus recursos y persuade fácilmente a un pueblo aletargado que la fuerza es un derecho: todas las demás consecuencias proceden de este principio, pero es imposible que las armas lo sancionen si la debilidad del pueblo no lo autoriza: en vano se presentarán en Atenas treinta tiranos para usurpar la autoridad por la fuerza, ellos podrán por el espacio de ocho meses hacer temblar a la virtud y sacrificar 1,500 ciudadanos privándolos aún de los obsequios fúnebres, pero mientras los atenienses amen la Libertad y el pueblo no degenere por la corrupción, Atenas será libre, y no faltará un Tracíbulo que restablezca la majestad del pueblo. No lo dudemos; mientras éste sostenga sus derechos, los tiranos harán vanas tentativas, y donde crean elevar su trono no harán más que encontrar su sepulcro.
Pero todo pueblo ilustrado, bárbaro, guerrero o pacífico, virtuoso o corrompido necesita una causa que lo mueva y un agente que lo determine: él se entregaría a impresiones ciegas y desordenadas en el momento que le faltase un principio determinante de sus acciones: él necesita que los que mejor conocen sus intereses lo ilustren, y sabe muy bien que aunque no es fácil se corrompa su corazón, podría vacilar su suerte en los peligros, fluctuar su prosperidad en la paz y ver amenazada su existencia por la fuerza o la anarquía. Prevenido de este instinto busca siempre en los conflictos una mano que lo sostenga y corre con entusiasmo donde lo llama el héroe que le ofrece salvarlo: si poseído éste del amor a la gloria emprende cosas grandes, su ejemplo le hace sentir luego hasta qué grado de fuerza puede elevarse su virtud, y comunicándose a la multitud la energía del individuo llega a fijar su destino.
Ningún pueblo ha derogado ni puede derogar sus derechos; su propensión a la salud pública es una necesidad que resulta de su organización moral, y su amor a la independencia es tanto mayor, cuanto es más íntimo el convencimiento que tiene de su propia dignidad: él la sostendrá con sus fuerzas físicas, si el que dirige su opinión desenvuelve esta aptitud. Al hombre ilustrado toca este deber, y sus luces son la medida de los esfuerzos con que debe contribuir. He aquí como insensiblemente he venido a fijar la regla que debe formar el espíritu de una institución que empieza en este memorable día y llegará a ser en breve el seminario de las virtudes públicas.
Yo no dudo que si hubiera sido compatible con el sistema antiguo la existencia de un solo hombre capaz de hacer conocer a los pueblos de América su dignidad, el período de la opresión acaso no hubiera sido más durable que el de la sorpresa que causó en ellos la irrupción de Hernán Cortés y Pizarro; pero un plan reflexivo de tiranizar fulminaba ya terribles anatemas contra todos los que tenían alguna influencia en la multitud, y no le inspiraban ideas de envilecimiento y servidumbre, ni le hacían entender que debían mirar como un don del cielo las cadenas que arrastraba, obedecer a la fuerza como a una ley sagrada, respetar la esclavitud como un deber natural y no conocer otra voluntad que la de un déspota a quien la preocupación hacía inviolable. Esta ha sido la causa que ha perpetuado hasta nuestros días el sistema colonial de la península: los pueblos habían olvidado su dignidad, y ya no juzgaban de sí mismos sino por las ideas que les inspiraba el opresor.
Confirmada por la experiencia la causa de nuestros males es tiempo de repararlos, destruyendo en los pueblos toda impresión contraria a la inviolabilidad de sus derechos. Yo tengo la complacencia de esperar que la sociedad patriótica contraerá todos sus esfuerzos a este objeto, considerándolo como una de sus primordiales obligaciones: ella debe por medio de sus memorias y sesiones literarias grabar en el corazón de todos esta sublime verdad que anunció la filosofía desde el trono de la razón; la soberanía reside sólo en el pueblo y la autoridad en las leyes: ella debe sostener que la voluntad general es la única fuente dé donde emana la sanción de ésta y el poder de los magistrados: debe demostrar que la majestad del pueblo es imprescriptible, inalienable y esencial por su naturaleza; que cuando un injusto usurpador la atropella y se lisonjea de empuñar un cetro que se resiente de su violencia, y ofrece a la vista de todos el proceso abreviado de sus crímenes, no hace poner más que un precario entredicho al ejercicio de aquella prerrogativa y paralizar la convención social mientras dure la fuerza sin debilitar un punto los principios constitutivos de la inmunidad civil que caracteriza y distingue los derechos del pueblo.
Cuando la América esté firmemente convencida de estas verdades y olvide esos inveterados errores que una moral exclusiva y parcial ha convertido en dogmas inconcusos, ocurriendo a la autoridad del tiempo en defecto de la sanción de las leyes para persuadir que la justicia era el apoyo de sus principios: cuando la América conozca que el santo código de la naturaleza es uno e invariable en cualquier parte donde se multiplica la especie humana, y que son iguales los derechos del que habita las costas del Mediterráneo, y del que nace en las inmediaciones de los Andes: cuando recuerde su antigua dignidad, y reflexione que sus originarios legisladores conocieron de tal modo los imprescriptibles derechos del hombre, y la naturaleza de sus convenciones sociales, que considerándose siempre como los primeros ciudadanos del Estado, y los más inmediatos vasallos de la ley, no miraban en el pueblo que les obedecía sino la primera fuente de su autoridad, sin embargo de que su origen podía hacerles presumir que su misma cuna les daba derecho al trono: cuando la América entre a meditar lo que fue en los siglos de su independencia; lo que ha sido en la época de su esclavitud, y lo que debe ser en un tiempo en que la naturaleza trata ya de recobrar sus derechos, entonces deducirá por consecuencia de estas verdades, que siendo la soberanía el primer derecho de los pueblos, su primera obligación es sostenerla, y el supremo crimen en que puede incurrir será, por consiguiente, la tolerancia de su usurpación. Todo derecho produce un deber relativo de sostenerlo, y la omisión es tanto más culpable, cuanto es más importante el derecho: cada uno de los que tengan parte en él es reo delante de los demás si deja de contribuir a su conservación. Yo bien sé que los miembros de esta naciente sociedad están penetrados de estos principios, y que su conducta va a formar la mejor apología de ellos: bien sé que uno de los motivos determinantes de esta reunión patriótica ha sido analizar y conocer a fondo las preeminencias del hombre, los derechos del ciudadano y la majestad del pueblo; pero es imposible sostenerla sin ilustrarlo sobre los principios de donde deriva, sobre la teoría en que se funda y sobre los elementos del código sagrado de la naturaleza, última sanción de todos los establecimientos humanos. Pero si el error y la ignorancia degradan la dignidad del pueblo disponiéndolo a la servidumbre, la falta de virtudes lo conduce a la anarquía, lo acostumbra al yugo de un déspota perverso, a quien siempre ama la multitud corrompida; porque la afinidad de sus costumbres asegura la impunidad de sus crímenes recíprocos. Nada importaría que desempeñase la sociedad aquel primer objeto, si prescindiese de estos dos últimos: el silencio respecto de ellos haría quimérica toda reforma e inverificable todo plan; y las medidas que se adoptasen serían tan frágiles como sus principios.

Artículo segundo
La ignorancia es el origen de todas las desgracias del hombre: sus preocupaciones, su fanatismo y errores, no son sino las inmediatas consecuencias de este principio sin ser por esto las únicas. Yo no pretendo probar que todo pueblo ignorante sea precisamente desgraciado; porque encuentro a cada paso en la historia del género humano ejemplares de varios pueblos que han sido felices hasta en cierto punto en medio de su misma barbarie. Tampoco me he propuesto combatir al ciudadano de Ginebra demostrando que el progreso de las ciencias no ha contribuido a corromper las costumbres, sino antes bien a rectificarlas: dejemos a la Academia de Dijon que examine este problema, mientras la experiencia lo decide sin necesidad de ocurrir a razonamientos sutiles.
Los sentimientos del corazón son el termómetro que descubre la infancia o madurez, la debilidad o el vigor, la rectitud o corrupción de la razón. Sus progresos en el bien o el mal tienen como todas las cosas su principio, su auge y su ruina; períodos consiguientes a la debilidad de todo ser limitado que no puede llegar sino por grados al extremo del vicio o la virtud. Cuando yo veo a un pueblo estúpido envuelto en las tinieblas del error, observo, sin embargo, que nada ha podido sofocar el instinto que lo arrastra a la felicidad, y que en medio de sus inveteradas preocupaciones él tiene una invencible propensión a mejorar su destino. Sus mismos errores son una prueba de ello: incapaz de conocer el bien o el mal por ignorancia, delira en sus opiniones, confunde sus principios, invierte el orden de sus ideas, respeta sus caprichos, adopta sistemas extravagantes y llega a poner el crimen en el rango de las virtudes, lisonjeándose de haber encontrado la verdad cuando más se ha alejado de ella. Este es el momento en que eclipsadas ya todas las nociones, e incontrastable en el error, sólo gusta de lo que puede apoyar y perpetuar sus preocupaciones: entonces se consagra al fanatismo, porque en él encuentra la sanción de sus errores: fanático al principio por debilidad y luego por costumbre adora la obra de su delirante imaginación; mira los prestigios como misterios; su degradación como una virtud heroica, y el plan de sus pasiones, de sus inepcias y caprichos viene a ser la moral que reconoce.
He aquí ya un pueblo que para ser esclavo no necesita sino que se le presente un tirano: ignorante, preocupado y fanático él no puede apreciar la Libertad, porque habituado a sujetar todos sus juicios a un sofista que mira como oráculo, y limitando el ejercicio de su voluntad a una obediencia servil, fija su felicidad en poner trabas a sus ideas, en aislar sus sentimientos y en encadenar sus facultades, como si su destino no fuese otro que abrumar su debilidad con un juego voluntario. Tales son los efectos de la ignorancia, tales sus progresos y resultados. Yo no necesito confirmar mis razonamientos con ejemplos: si ellos están fundados en la naturaleza de las cosas, si la historia del hombre los justifica, excusado sería inculcar sobre la conducta de los tiranos, último comprobante de lo que he afirmado: excusado sería multiplicar reflexiones para probar que la ilustración es un crimen en su arbitraria legislación: excusado sería recordar las expresas prohibiciones que nos sujetaban hasta hoy a una humillante y funesta ignorancia: excusado sería irritar nuestro furor al vernos después de tres siglos sin artes, sin ciencias, sin comercio, sin agricultura y sin industria; no teniendo en esto otro objeto el gobierno de España que acostumbrarnos al embrutecimiento para que olvidásemos nuestros derechos hasta el deseo de reclamarlos.
Si la ignorancia es el más firme apoyo del despotismo, es imposible destruir éste sin disipar aquélla: mientras subsista esa madre fecunda de errores serán puestos en problema los más incontrovertibles derechos o se confundirán con los más perniciosos abusos, resultando no menos funesto que el primero. De aquí procede que muchos creen que amar la Libertad, cuando sólo buscan el libertinaje, olvidando que aquélla no es sino el derecho de obrar lo que las leyes permiten, como lo demuestra un escritor del siglo de Luis XIV. Propenso el hombre a abusar de sus mismas preeminencias se lisonjea siempre de encontrar en ellas la salvaguardia de sus crímenes, y cree vulnerados sus derechos, cuando se trata de fijarles el término moral que los circunscribe, o cuando se le advierte el precipicio a que conduce su abuso: infatuado por el error atropella la autoridad de la razón, y prostituyendo sus derechos los destruye, y mira como a un opresor al que quiere sujetarlo en la esfera de sus deberes. Por desgracia, el corazón llega a ser cómplice en estos delirios, y entonces la reforma es más difícil, pero todo el mal procede de un principio. Incierta y vacilante la razón entre el error y la ignorancia, degeneran sus ideas, y el bien o el mal causan iguales impresiones en la voluntad, porque el instinto moral que sigue en sus movimientos, la vicia por su propia contradicción y la seduce con ambiguos y prestigiosos impulsos.
Bien sé que otras causas contrarias han producido muchas veces los mismos efectos; por desgracia los más saludables remedios que sugiere la filosofía para curar las enfermedades del género humano, empeoran su miserable destino, y doblan el fardo pesado de sus desgracias cuando se quiere derogar la naturaleza de las cosas, en vez de reparar sus accidentales vicios. La ilustración es el garante de la felicidad de un Estado; pero cuando llega a generalizarse en todas sus clases, cuando el refinamiento de las ideas se sustituye a la exactitud y solidez; cuando el invariable sistema de la naturaleza es atacado y controvertido por la osadía seductora de las opiniones de los sabios innovadores, entonces el remedio es peor que el mal, y si antes las tinieblas ocultaban la verdad, la demasiada luz propagada indiscretamente deslumbra los ojos de la multitud, y semejante del que sale de un obscuro recinto a recibir de golpe las vivas impresiones que comunica el sol en medio de su carrera, confunde la realidad de los objetos con sus ficticias especulaciones, y corre en pos de bellezas imaginarias que se alejan de él cuanto más se empeña, al modo que el término del horizonte sensible que siempre huye del que pretende saciar la vista con su inmediación. Quizá fue esta una de las causas que frustraron en nuestros días el plan suspirado de una nación siempre grande en sus designios. La ilustración era casi general, y las ideas apuradas por esos genios sublimes que desde el reinado de Luis el Grande preparaban la ruina del último Capeto, habían conducido los espíritus a un grado de prepotencia que todos se creían con derecho a ser jefes de partido. Cada uno consideraba la esfera de sus conocimientos más dilatada que la de los demás y el espíritu exclusivo multiplicaba las facciones a proporción de los sabios que se sucedían. Pululaban sectas y partidos en todas partes, pero la nulidad e insuficiencia era el carácter de unas y otras; entonces la desolación y el incendio pusieron término a los progresos del delirio, y asando de un extremo a otro elevaron un rosal sobre las ruinas del que acababan de destruir, olvidando que poco antes juraron un odio eterno y perdurable a todos los tiranos de la tierra.
Tan funesta ha sido algunas veces la influencia de la razón exaltada y envanecida por la rapidez de sus progresos: parece que nuestra estirpe está condenada a ser siempre miserable, ya cuando se arrastra humildemente en las sombras de la ignorancia, ya cuando se sobrepone a los errores y enarbola con vanidad el pabellón de la filosofía. A pesar de tan misteriosas contradicciones, es más vergonzoso que difícil reducir a un solo principio el origen de esta sucesión de males. La ignorancia degrada al hombre, el error le hace desgraciado, la ilustración llega a extraviarlo cuando conspira con sus pasiones dominantes a ocultarle la verdad y conducirlo al precipicio con brillantes engaños. El corazón humano tiene un odio natural al vicio y mira con pánico terror las desgracias a que le conduce: pero luego que se lo disfraza la deformidad de aquél, y se le oculta el tamaño natural de éstas, depone sus sentimientos naturales y se entrega con insolente complacencia al nuevo impulso que recibe. La consecuencia de estos principios es de muy fácil ilación: el error precipita al ignorante y la corrupción al sabio. Desgraciado el pueblo donde se aprecia la estupidez, pero aun más desgraciado aquél donde los vicios se toleran como costumbres del siglo [Quae fuerunt vitia mores sunt. Séneca]. Concluyamos que es preciso ilustrar al pueblo, sin dejar de formarlo en las costumbres, porque sin éstas toda reforma es quimérica y los remedios llegarán a ser peores que el mismo mal.
Bien sé que si por desgracia son demasiado tardíos los progresos del entendimiento humano, no lo son menos los de sus costumbres. Sólo una buena legislación auxiliada por la naturaleza del clima, por la índole de sus habitantes, y por el curso del tiempo ha podido algunas veces formar un pueblo más o menos moral y acostumbrado a las impresiones de la virtud. La perfección de esta obra es el resultado preciso de un complexo de circunstancias casi independiente de los esfuerzos del filósofo. Sin embargo, los preceptos animados del ejemplo llegan también a usurpar el imperio del hábito fortificado por el tiempo. No hay empresa tan ardua que no pueda superarla un valor irritado, firme, prudente y emprendedor. Si por fortuna concurren algunos genios cuyo destino parece ser la reforma de su especie, entonces la ilustración triunfa de los errores y las virtudes de la corrupción, fundando una armonía entre la fuerza del espíritu y el influjo de una voluntad reglada. Pero esta siempre fue la obra de muchas fuerzas combinadas, porque difícilmente produce cosas grandes el hombre aislado: su genio, su carácter, su talento, todo permanece circunscripto al círculo de sí mismo, y sólo en la unión con sus semejantes descubre lo que es en sí, y lo que puede influir en ellos. Entonces todos participan de los deseos, de las luces, de las afecciones, aun de los trasportes del que se agita por un grande interés: esta comunicación de ideas será más feliz en sus efectos cuando sea recíproca en los individuos asociados, como es justo y honroso esperarlo de esta naciente sociedad. Todos sus miembros se hallan penetrados de iguales sentimientos, de iguales deseos: su sensible corazón va a desplegar todo su ardor y su alma se dispone a derramar el entusiasmo que la inunda, sin que pueda haber un espectador indiferente de la energía que anuncian sus semblantes. Este va a ser el seminario de la ilustración, el plantel de las costumbres, la escuela del espíritu público, la academia del patriotismo y el órgano de comunicación a todas las clases del pueblo. Las tinieblas de la ignorancia se disiparán insensiblemente, se formarán ideas exactas de los derechos del pueblo, de las prerrogativas del hombre y de las preeminencias del ciudadano: las virtudes públicas preservarán el corazón del pueblo de toda corrupción y no darán lugar al abuso de su restaurada Libertad: todos estos efectos deben esperarse del ardoroso empeño con que la sociedad va a consagrar sus desvelos y tareas a ilustrar la opinión pública, y depurarla de los errores y vicios que inspira la esclavitud.
Ciudadanos congregados por la salud pública: he detallado según mis dilatados conocimientos y acomodándome a la premura del tiempo los objetos que deben fijar vuestro celo; pero sólo mis ardientes deseos podrán ser el suplemento de las faltas que haya cometido. Bien sé que mis palabras nada añadirán a vuestra energía: ella sola mudará desde hoy el aspecto político de nuestros negocios: dejad que los peligros se amontonen para abrumar la existencia de los hombres libres, dejad que la rivalidad de un pueblo vecino sirva de apoyo a la ambición de una potencia inerme que obtiene el último rango entre las naciones; dejad que el tirano del Perú calcule su engrandecimiento sobre nuestra ruina. La influencia que desde hoy va a recibir de vosotros este pueblo inmortal, teatro de los grandes sucesos, asegurará el éxito feliz de los fuertes conflictos en que nos vemos. La sociedad patriótica salvará la patria con sus apreciables luces, y si fuese preciso correrá al norte y al occidente como los atenienses a las llanuras de Marathon y de Platea, resueltos a convertirse en cadáveres o tronchar la espada de los tiranos. Ciudadanos, agotad vuestra energía y entusiasmo hasta ver la luz patria coronada de laureles y a los habitantes de la América en pleno goce de su augusta y suspirada INDEPENDENCIA.
["Oración Inaugural pronunciada en la apertura de la Sociedad Patriótica la tarde del 13 de enero de 1812". Reproducido en Obras completas. Tomo 7. Buenos Aires: Librería la Facultad, 1916.]

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Discurso Preliminar *El Independiente, 1815*

Desde que el arte divino de escribir dando un ser durable a los conocimientos humanos por medio de la imprenta, puso en contacto las luces de todas las naciones, los hombres se acercaron más entre sí, se auxiliaron para deponer sus errores, unieron sus fuerzas para adelantar sus ideas, sus comodidades y sus placeres, perfeccionaron su moral y suavizaron su carácter por la oposición que hallan sus acciones desarregladas en la censura de los demás pueblos. Del juicio de todas las naciones se formó entonces un tribunal temible, el único capaz de contener los excesos en que viven las tribus aisladas, y salvajes, del mismo modo que el hombre puesto en sociedad se modera principalmente por el respeto de la pública fama. Sin la historia, que es la escuela común del género humano, los hombres desnudos de experiencia, y usando sólo de las adquisiciones de la edad en que viven, andarían inciertos de errores en errores. A cada paso retrogradaría la especie a su antigua rudeza y la débil voz de un anciano sofocada por el eco de las pasiones y de la ignorancia, no sería bastante a suplir los saludables consejos que aquella maestra incorruptible nos suministra a cada momento. Igualmente los periódicos, que no son otra cosa que la historia de los tiempos, son un testigo de la verdad, nos conducen a la prudencia e iluminan nuestra conducta. Los periódicos pues se han reputado como el medio más pronto y eficaz de diseminar los conocimientos útiles. Ellos promueven el buen gusto, corrigen las extravagancias, dan publicidad y valor a las invenciones del genio y de las artes, despiertan en la juventud la afición a discurrir, mueven al ciudadano a ejercitarse en materias políticas y literarias y en todos los individuos de la sociedad provocan aquel cambio de ideas que las mejora y acrecienta. En Europa atizan el espíritu nacional, ilustran el juicio público y sirven como de conductores a aquellas luces que esclarecen al Estado, unen a la sociedad y lima sus modales. Allí encuentra el legislador resultados fundados sobre la experiencia: el ministro, noticia y avisos para sus operaciones, mientras los demás ramos buscan su recreo y los medios de instruirse en los diferentes puntos que tocan a sus respectivas profesiones. Ponen un freno a la arrogancia individual, apuntan las gradaciones que corre una nación al perfeccionarse, a menudo la levantan de su estado letárgico y en especialidad estimulan al heroísmo y todas las virtudes patrióticas a premiar el mérito distinguido y en muchas ocasiones se ha considerado como los guardianes más desvelados de los derechos de los pueblos y el mejor punto de reunión entre ellos y sus jefes. Dan, en fin, la ley al buen gusto, excitan una rivalidad laudable entre los talentos y vienen a ser unos registros de todo lo que el individuo ha contribuido en favor de su patria y en obsequio de las artes y de las ciencias. Allí el futuro historiador buscará los materiales para completar el cuadro de aquellos héroes que han aparecido ya sobre su horizonte; las acciones memorables de estos pasarán intactas a la posteridad y sus laureles sin ser marchitados alcanzarán los siglos venideros. En suma, los periódicos han llegado a ser la piedra de toque de la instrucción nacional de un pueblo y al paso que se han perfeccionado por las contribuciones intelectuales de sus literatos, el extranjero ha juzgado del estado de su sociedad, de su aptitud a todo lo que da realce al género humano y descubre aquellas distancias que lo separan de su primitiva rudeza. Es, con todo, esta clase de literatura, y medio de esparcir noticias y conocimientos útiles, invención de los modernos. Los antiguos griegos y romanos no nos han dejado ningún resto y casi se puede decir que ignoraron este instrumento poderoso de la civilización y este cambio telegráfico de ideas. Por eso es que en aquellos tiempos vemos los conocimientos reducidos a ciertas naciones y aun entre éstas sólo eran el patrimonio de ciertas familias o de cierta clase de individuos. El resto del mundo permanecía casi en enteras tinieblas y sólo participaban los pueblos de los adelantamientos de las ciencias y de las artes de aquellos que las cultivaban, cuando las conquistas o las vicisitudes de los gobiernos los harían herederos de su fortuna. Mas todas las ciudades grandes de la pulida Europa se han lisonjeado de tener talentos literarios que se hayan dedicado a este importante ramo instructivo. Sin embargo, su perfección sólo es del tiempo del famoso Addison. Este ingenio ilustre llevó a un punto tan elevado sus ensayos populares del Spectator, que se ha traducido en casi todas las lenguas modernas y ha servido de modelo hasta el día a sus sucesores, quienes se han esmerado en imitar las excelencias de su estilo, tanto como la variedad de sus invenciones y la versatilidad de su genio. Enseñar (según dice el doctor Johnson en su biografíade Addison) aquellas menudencias decentes y aquellos deberes subalternos del estado social: dar aun la ley al estilo de conversación y al modo le conducirse en la tertulia: corregir aquellas faltas que son más bien ridículas que criminales; en fin, pulir el gusto nacional, abolir la rusticidad, el egoísmo y las preocupaciones fatuas y arrancar de la senda del caminante aquellas espinas y brozas que lastiman e impiden su tránsito, es una de las empresas más loables del entendimiento humano y más acreedora a la aprobación de todo miembro de la sociedad civilizada. Tal era el objeto de Addison, quien se impuso la tarea de mejorar el estado social contribuyendo al inocente recreo y la multiplicación de los conocimientos útiles. ¡Feliz aquel que pueda marchar sobre los pasos de este insigne escritor, promoviendo el adelantamiento de sus conciudadanos! Guiado por los sentimientos más puros de patriotismo y los deseos de beneficiar en lo posible a su patria, el editor de El Independiente se propone como candidato a los sufragios y patrocinio de sus habitantes en una empresa acompañada de mil dificultades, que espera con todo llenar de algún modo. No ha sido la distancia a que está colocada la América del centro de los conocimientos, la que ha retardado su ilustración, tanto como la falta de buenos periódicos que pusiesen al alcance de sus habitantes todo lo que las naciones de Europa discurrían en las artes y ciencias y perfeccionaban con su industria. A esta falta también se puede atribuir el estado torpe en que se hallaba la España a principios de este siglo y casi se puede decir, ha sido el origen de todos sus males. La miserable Gaceta de Madrid, que igualmente llegaba a las colonias, no era más que un catálogo de las promociones y empleos, ni daba noticias más importantes que las fiestas de gala de la corte: prostituida desde el principio de la alianza a las miras de los franceses, sólo servía de dar incienso a la adulación, pero en nada contribuía a las artes liberales o al ensanche de los conocimientos útiles. En efecto, ningún político vacilará en atribuir a la privación de estos documentos el despotismo desenfrenado que oprimió a España por época tan larga como lastimosa, hasta que después de haber causado la ruina del crédito nacional y de su existencia política, puso casi todas sus provincias en manos de un enemigo engañoso. La miseria de la nación resaltaba a los ojos del observador menos profundo, sus recursos estaban agotados o consumidos, el erario exhausto, el Estado realmente disuelto y el pueblo español aún no advertido de tan enormes males, no había podido producir una sola palabra sobre desgracias que tan de cerca le tocaban. La América deberá tomar este ejemplo reciente para prevenir sus infortunios en un tiempo en que trata de ser libre, o mejor diríamos, en que ya es libre porque desea serlo. ¿Con cuánta liberalidad pues deberá mirarse una obra destinada al cultivo de todos los ramos interesantes del estado político y social? Por fortuna la América se halla libre de aquellas facciones que muchas veces desgarran el seno de las naciones de Europa y se ve desprendida de aquellas turbulencias de los gobiernos viejos y corrompidos. Unida en una sola familia y sin relaciones precisas con otros potencias, de que no depende porque no las necesita; un mismo deseo y un solo objeto anima a todos sus miembros y reconocida a todos los esfuerzos que se hagan por su causa, no dejará de mirar con aprecio los trabajos de aquellos individuos que se dedican a su servicio de un modo provechoso. Aunque sería imposible recapitular todos los objetos de este periódico o poner en un punto de vista los diversos fines que debe abrazar, se espera con todo en esta carta introductoria poder imponer a los curiosos de las miras generales que en él llevan. En todo país la ciencia de la política es necesaria: ella es la que funda los Estados y de ella depende su prosperidad y su conservación. Jamás será demasiado el trabajo que se tome en cultivar sus principios y la aplicación de estos está complicada con el conocimiento del corazón humano, con los resortes que deben moverse para estimular las virtudes útiles a la patria, con las circunstancias de cada pueblo y con la experiencia de los siglos pasados, que siempre resultará una gran ventaja de ventilar sus cuestiones intrincadas y reunir en este punto las meditaciones de todos los miembros de la sociedad. Nuestro periódico se ocupará principalmente de la política: hablará de las varias formas de gobierno, sus ventajas y sus defectos; presentará al público la historia de las edades pasadas, sus fortunas y sus desgracias, según han entendido más o menos los verdaderos principios de la felicidad de las naciones; pondrá a la vista el cuadro filosófico del estado que ahora tienen los gobiernos de Europa y facilitará a los legisladores del país, tanto con las observaciones del empresario, como con las reflexiones con que espera ser favorecido por los sabios de estas provincias, el penoso destino, a la par que glorioso, de dirigir la suerte de sus conciudadanos. Este ramo abrazará las leyes que se vayan estableciendo, las disposiciones del gobierno y las decisiones judiciales, con todas las noticias dignas de la atención de un político. Aunque libre, nuestra opinión será manifestada siempre con la moderación debida y cuando tengamos que expresar nuestra disconformidad a la conducta pública del magistrado o advertir los vicios de la constitución, nuestro celo por la verdad no será un agente de la rebelión y si los males fuesen delicados usaremos de la finura de Xenophon para criticar los de su patria. Al menos, si nuestras fuerzas no fuesen bastantes para llenar tan interesantes objetos, presentando las observaciones de los antiguos y modernos, habremos animado las pesquisas de los sabios y despertado el espíritu del público.La agricultura e industria rural se mejorarán con nuevos ensayos y la comunicación de lo que en Europa se ha discurrido sobre ella, ayudará a perfeccionarla. Como ella es la base de la prosperidad nacional y la principal fuente de sus riquezas, tendrá el lugar preferente al comercio y las artes, que no por eso serán excluidas de nuestras inquisiciones. Dedicaremos una parte de nuestros trabajos a la mejora de la educación, que hasta el día ha sido tan descuidada en estas provincias, como era preciso que lo fuese cuando sólo se les consideraba como a colonias o factorías, y cuando a sus habitantes sólo se les permitía vivir escasamente en la tierra, pero no gloriarse del dulce título de ciudadanos. Como en esta parte están encargadas las madres de los primeros cuidados, y de ellas reciben los hijos sus primeros rudimentos y aun su carácter, nos aplicaremos a la instrucción de las señoras y no dejaremos de hacer mucho por su recreo, mezclando el placer con la utilidad. Es al mismo tiempo nuestro ánimo tomar al bello sexo en general bajo nuestra protección inmediata: ¡dichosos nosotros si contribuimos al aumento o perfección de las amables cualidades que adornan a esta hermosa parte de la sociedad y contribuye tanto a la felicidad de los hombres! En todo ello se evitará con el mayor cuidado el escollo en que han naufragado muchos de los periódicos modernos de la Europa, que a menudo han servido más bien para corromper que mejorar a la juventud. En ningún tiempo se verá la religión filosofizada, ni la filosofía sofisticada. Aunque de moda, no se admitirán innovaciones peligrosas. La verdad no se hará consistir en la infidelidad; sin prostituir nuestro carácter, haremos una verdadera distinción de la virtud y el vicio: en fin, la moralidad, la instrucción y los medios inocentes de recreo serán los fundamentos principales en que debe estribar nuestra empresa. Con respecto a las varias e importantísimas cuestiones que el país ofrece en este preciso momento, el editor se propone usar al agitarlas de aquella calma y moderación que son debidas a los asuntos serios como único medio de buscar el convencimiento. Para defender con calor la verdad, ¿qué necesidad hay de insultar a los que la persiguen? Mas sin permitir que sus páginas se resientan sátira, ni participen del rigorismo del intratable moralista, fijará el tenor de sus números sobre un eje de una dirección inmutable; guardará a distancias polares las denominaciones de bien y de mal y no temerá incurrir en la tacha de sacrificar sus columnas a la lisonja o de sostener el vicio cubriéndolo con apelaciones blandas o defendiéndolo con doctrinas seductoras. Los sistemas más puros serán los seguidos; aquellos que han resistido al tiempo, y a los choques del presente siglo y que han merecido la aprobación de los sabios de todas las naciones. En particular se tendrá el mayor cuidado en no ofender la religión del país, ni a sus ministros: los mismos motivos lo harán respetuoso y siempre justo hacia todos los miembros del Estado y sus jefes jamás tendrán ocasión de queja. Por mucha que sea la seguridad que debe darle la rectitud de sus intenciones y la utilidad de la obra propuesta, el editor cree oportuno que nunca se habría animado a emprenderla sin la feliz revolución que ha cambiado la faz de este continente y ha producido la libertad civil junto con la del entendimiento humano. El ama bastante su existencia para haberla expuesto en otro caso a los crueles golpes de un despotismo irritado y no tendría la arrogancia imprudente de desafiar la cólera del poder arbitrario desde su retiro privado, único asilo de la libertad en tiempos turbulentos. Aunque se propone no pasar jamás de los justos límites que ésta prescribe; aunque sabe muy bien la senda que ella permite correr sin dañar los derechos de la corporación o el individuo y lo ha visto prácticamente en el único estado libre que ahora existe en la Europa, no olvidará jamás lo que a ella se le debe cuando se trata de presentar al público los hechos que no debe ignorar y no faltará al derecho que éste tiene de imponerse de sus opiniones. Esto es lo que los lectores del presente papel deberán esperar. Por lo demás su duración será igual a la que tenga en nuestra patria la libertad de escribir y en el momento en que empiece la opresión del discurso, el periódico dejará de existir, consecuente siempre a su título. Nos proponemos tratar de todo en un estilo simple y abreviado. Aunque introduciremos en un vestido español todo lo que podamos congregar de las diferentes naciones de Europa, siendo nuevo en la invención y apreciable por su mérito, evitaremos con todo, como llevamos dicho, cualquiera innovación peligrosa y en particular nos desviaremos de los sistemas de ética que se hallan de moda en Europa. Atenderemos más a la subsistencia de la materia tratada que a su estilo; no buscaremos sentencias brillantes, ni términos pomposos, ni cansaremos a nuestros lectores con citas eruditas, pero por lo regular apenas entendidas: nuestro deseo es ser comprendidos más bien que admirados: preferimos la materia a la forma, las elegancias de la simplicidad a los muchos bordados; en fin, imitando los mejores modelos de la lengua castellana y el estilo de los extranjeros, esperamos manifestar la estructura de nuestro idioma y purificar un tanto el estilo presente de escribir. Por último, el papel comprenderá las noticias locales dignas de atención y abrazará no sólo los hechos históricos o políticos, sino también los geográficos, estadísticos, etc., esperando ya contribuir al conocimiento de un continente tan variado como ignorado y a que se aprovechen muchas producciones que hasta hoy quedan sin valor. Las noticias de Europa tendrán también su parte en él y con ellas daremos las de los Estados Unidos, Méjico, Caracas y los Estados de la India. Para promover el gusto de las bellas letras y dar pábulo a la imaginación, el papel tendrá siempre reservado un rincón a las poesías nuevas y escogidas; y después de cumplir con sus obligaciones principales, dispondrá algo para el recreo de los lectores generales, como alguna pieza biográfica de los contemporáneos ilustres, algún retazo de la historia antigua o moderna o algún papel al estilo de la Pensadora Gaditana. Según queda dicho en cabeza de este prospecto, se publicará el periódico todos los martes de cada semana y se compondrá de pliego y medio. En su expendio se seguirá la forma que hasta aquí se ha observado con las demás Gacetas. Cada número costará real y medio, pero los suscritores sólo pagarán a razón de cuatro reales al mes, pudiendo anticipar o no, según gusten, el precio de la suscripción, que queda a su arbitrio fijarla para el término de seis meses o un año. Los avisos como cosa efímera se pondrán al fin de cada número y su precio será el de costumbre según las líneas que comprendan. Acaso podrá considerarse desmedida esta obra, en la opinión de algunos con concepto a las fuerzas del que la emprende. Otras personas a quienes un miserable encogimiento o un criminal desvío hace mirar con desconfianza todo trabajo público, la reputará temeraria. En cuanto a los primeros, el editor debe satisfacer sus reparos haciéndoles reflexionar que no es tan ardua la empresa como podría imaginarse y que un periodista no está obligado a observar la exactitud y profundidad de un estadista, ni las elegancias de Tácito. El cuenta e implora desde luego la concurrencia de los ilustrados del país y espera de su patriotismo que aprovecharán esta oportunidad de trasmitir al público sus opiniones, excusando que sus ideas se evaporen sin provecho alguno en lo oscuro de sus retiros, o mal interpretadas sirvan de asunto de murmuración y de escándalo en la tertulia. En cuanto a los segundos, ellos no ignoran que el mayor riesgo es el de caer en las cadenas que los enemigos del país nos preparan. Mientras esté armado el brazo de la tiranía española, la verdadera seguridad sólo existe en los peligros que arrostremos para estorbar la esclavitud de la patria.
(Fuente: prospecto El independiente, 1815)

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**Artículo de El Independiente, 1815**

Al empezar el sexto año de nuestra feliz revolución, ¿qué materia podríamos encontrar más digna de atención, en nuestro primer número, que el examen del estado en que se hallan los negocios del país? Contra las esperanzas de los enemigos de la libertad americana todavía respiramos un aire saludable. ¿Qué deberemos temer de la tenacidad con que permanecen ligados para procurar nuestra ruina? El examen de este punto es el objeto de las consideraciones siguientes. Pocos creyeron que la lucha contra los opresores de este suelo pudiese prolongarse hasta este momento. Así como los opositores de la reforma se lisonjeaban temerariamente de poder sofocarla en su cuna, los reformadores se persuadían en los principios que el grito de la libertad esparcido por la primera vez en un país trescientos años oprimido por la tiranía más horrenda, se extendería de suyo de un extremo al otro del reino sin encontrar dificultad alguna. A la verdad, si pensamos los fundamentos en que estribaba esta persuasión halagüeña, la encontraremos muy racional y conforme a todos los principios del cálculo. El gobierno español en América cargado con la execración del pueblo por sus vicios, por su parcialidad y por su indolencia, vacilaba en sus mismos cimientos: algunos viejos gobernadores a quienes el hábito de la corrupción les había hecho perder hasta las apariencias del pudor y de la decencia: un puñado de soldados indisciplinados e imbéciles: jueces ignorantes; una administración llena de dilapidaciones e injusticias; los agentes miserables de los monopolistas de Cádiz: he aquí los brazos que iban a oponerse a los conatos de las Provincias por mejorar su suerte. De un lado Lima sepultada en el letargo más profundo, afeminada por sus vicios y bajo la tutela de un virrey caduco, asomaba algún género de contradicción a la libertad de estos pueblos. Por otro, la plaza de Montevideo obtemperando vergonzosamente a las sugestiones de algunos europeos sin juicio, rompía la unión general, vanagloriándose de poder frustrar nuestra empresa. La fortuna, que algunas veces se complace en adelantar los nobles esfuerzos, ayudó admirablemente los trabajos de aquellos hombres que se encargaron de los negocios públicos en los primeros momentos de nuestras oscilaciones populares. En medio de la incertidumbre de los sucesos y de la inexperiencia; entre la confusión de las pretensiones y las esperanzas; cuando se contaba más bien con la debilidad del enemigo que con los recursos de atacarlo: cuando, casi se puede decir, la denominación de la voz patria no tenía todavía un sentido fijo: cuando se calculaba antes sobre la sorpresa que sobre la victoria; cuando la indiferencia se consideraba por una virtud y la inacción por amistad; invocando indistintamente el nombre del monarca y los derechos de los pueblos; y trabajando a un tiempo en destruir los grandes abusos internos y en levantar el crédito del gobierno en los puntos de afuera, la Junta primitiva supo extender su influencia por todas partes, cubrió a sus enemigos de espanto, desconcertó las maquinaciones interiores, vio vencer a sus tropas y se hizo respetar hasta de sus mismos contrarios por medio de providencias decisivas y enérgicas. Con estos felices auspicios parece que la obra de la libertad de estos pueblos debía haberse completado dentro de un breve término. ¡Pero cuán diferente fue el cuadro que presentaron nuestras operaciones desde que los hombres deponiendo aquel género de contracción que habían adquirido durante los primeros riesgos empezaron a abandonarse a sí mismos! Los ambiciosos, siempre prontos a gozar del sudor ajeno, desplegaron sus inicuos proyectos y con la ocupación de Potosí, que nuestras divisiones internas iban a arrebatarnos en muy pocos instantes, dieron curso a todas sus pasiones. Desde entonces la unidad de acción, la fraternidad, la prudencia abandonó nuestros consejos y los proyectos públicos cayeron en la parálisis más funesta y en la incertidumbre más miserable. Sería un ejemplo de moderación singular en historia de las naciones y mucho menos de esperar de los españoles, si cualquiera que fuese la justicia de las pretensiones del país, no las contradijesen con la fuerza. Tal ha sido siempre la conducta de todos los gobiernos tiránicos o libres que han dominado países diversos. Pero la abominación en que había caído la autoridad española en América, la insuficiencia de sus fuerzas para reprimir las combinaciones que debieron preceder a la declaración de los patriotas, no daban lugar a recelar otros obstáculos que aquellos que naturalmente suscitaría la Península para conservar su antigua presa. Por consiguiente la guerra de Lima, caso que repugnase admitir unos movimientos que ella misma estaba obligada a hacer por interés y por conveniencia, no podía causar muchos recelos, porque bajo todo aspecto de política sus jefes se veían en la necesidad de ceñirse a preservar su territorio; porque haciendo activamente la guerra sobre nuestras provincias, exponían la cuestión al éxito siempre incierto de una batalla; porque la debilidad de sus tropas afeminadas por el largo reposo en que han yacido aquellos pueblos, prometían muy poco contraste al ardimiento de nuestros soldados, ensayados antes con suceso a la prueba del valor británico. De aquí se infiere que lo único capaz de alarmarnos era el partido que acababa de tomar en favor de los intereses peninsulares la plaza de Montevideo, esa ciudad que con el título de reconquistadora tenía derecho, fiada en sus formidables murallas y en su prepotencia marítima, de reputarse el baluarte de la dominación española en esta parte de la América -enemigo tanto más temible cuanto que abriendo los brazos al encono metropolitano servía de asilo a los refuerzos que enviaría la península, para sujetar nuestros pueblos. En medio de las ondulaciones que ha padecido la política de los varios gobiernos que han manejado las provincias desde la reforma, penetrados los calculadores de los inmensos peligros que amenazaba a la causa del país la hostilidad de Montevideo, se decidieron a vencerla por todos los sacrificios. Mil obstáculos había suscitado para esta línea de conducta la fatal inconstancia de principios en que hemos visto vacilar los consejos de nuestros estadistas. Al fin la presente administración, cuyos jefes se han formado en la mayor parte por las ideas del genio que dirigía la primera Junta, aplicaron todos sus desvelos a derribar al coloso y venciendo mil dificultades que se oponían al logro de esta empresa, creando de pronto una marina de que no había hasta entonces principio alguno, consiguieran destruir para siempre las esperanzas de la Metrópoli. Es excusado repetir la importancia de esta incomparable conquista para la solidez del nuevo sistema. Baste recordar que siendo Montevideo el único punto en que la Metrópoli nos ha sostenido la guerra, por los considerables refuerzos de tropas, municiones y armamentos que despachó a ella desde que se consideró ofendida, rindiendo la plaza hemos vencido también la Metrópoli. No hay ya que temer a esos soldados peninsulares despachadas a renovar en nuestros días los horrores de los Pizarros y que para maestra del valor español hacían alarde de batallas que no habían ganado, titulándose pomposamente vencedores de los vencedores de Austerlitz. Después de tan señalado evento, ningún otro enemigo nos queda que vencer que el de Lima. El carácter de esta guerra es secundario como llevamos insinuado y después de humillada Montevideo no debe darnos muchos recelos, en circunstancias en que la indiscreta internación que Pezuela había ejecutado contando con los ataques de la Península por medio de Montevideo, pone de nuestro lado la ventaja. ¿Que no seamos tan dichosos que registrando el horizonte de nuestros pueblos, lo viésemos ya despejado de los nublados que trae siempre consigo la guerra? Este es el clamor de cierto género de personas que a nuestro juicio se lamentan así no por principios de humanidad ni de filantropía, sino desconfianza. La guerra es un mal bajo todos los aspectos, pero cuando un pueblo la sostiene en defensa de su honor y sus derechos, cuando se usa las armas para repeler, como en nuestra agresión más horrenda, para sostener la patria, para defender nuestras vidas, para adquirir, en fin, con nuestros esfuerzos la felicidad de las generaciones que han de sucedernos. La guerra es el estado natural de un pueblo que ame su existencia. Antes que llorar las desgracias consiguientes a ella, esos pretendidos amantes de la paz podían emplearse en todos aquellos medios conducentes a escarmentar a nuestros contrarios y ya que su persuasión o sus deseos no alcancen a reportar de su tenacidad el que desistan de injuriarnos, aplíquense por afecto a la humanidad a fortificar el espíritu de las víctimas que la tiranía española ha destinado al exterminio. No cabe duda en que la inconstancia en las verdaderas máximas revolucionarias es una de las causas poderosas de la fluctuación a que por épocas se ve sujeto el espíritu público y que esta incertidumbre influye sustancialmente en los progresos de la actual causa. ¿No estamos en una guerra verdadera y lo que es peor revolucionaria, con los españoles? ¿No minan estos la opinión publica? ¿No hostilizan por todos los medios nuestro sistema? ¿No siembran la desconfianza y los temores, no seducen las familias, corrompen los incautos y nos amenazan hasta con sus semblantes? ¿Pues por qué se nos predica moderación con estos crueles asesinos? ¡Odio eterno a esta raza impía! debe ser nuestra invariable máxima. Así como honremos y distingamos a aquellos pocos de entre ellos que nos ayudan en la santa empresa de libertar el suelo patrio, es necesario, es justo, perseguir y aniquilar a los protervos que aun no han perdido la esperanza de consumar nuestras desgracias. Este resorte será el único capaz de reunir los esfuerzos de los patriotas. Por esta regla se guían todas las naciones cuando tienen que exigir del pueblo grandes sacrificios con el objeto de hacer frente a un enemigo que se opone a su felicidad o a sus proyectos. Si la Inglaterra en su última contienda con Francia hubiese dicho que los franceses eran un pueblo humano, generoso y amable y que las fuerzas y genio del emperador Napoleón eran extraordinarias; si hubiese dicho que sus conquistas se dirigían únicamente a asegurar la paz del continente; si en fin no lo hubiese pintado como aun feroz tirano que lleno de ambición quería absorberse la libertad del mundo, ¿habría podido sostener por tantas años esa lucha que acaba de terminar con tanta gloria? Los ministros ingleses que saben muy bien usar de los medios conducentes al logro de su política expedían un manifiesto contra la Francia la víspera de pedir al comercio un empréstito de cuatro o seis millones para cubrir los gastos de la guerra y jamás dejaron de llenarse sus cofres. Nunca será preciso entre nosotros imputar a nuestros enemigos exceso alguno que no hayan cometido. Aunque agotásemos el diccionario de los horrores y delitos siempre hallaríamos un vacío al explicar las atrocidades de nuestros contrarios. Pero es preciso recordarlas constantemente al pueblo para que la disputa actual no degenere en una guerra de mero capricho. Si los españoles quieren fraternidad demuéstrenlo deponiendo las armas a que corrieron, sin precedente provocación, jurando nuestra pérdida. Estos pérfidos no cesan de procurar la ruina de los pueblos y aun aquellos que mantenemos dentro de nuestro mismo seno tienen todavía oculto el puñal con que nos piensan atravesar pecho. ¿Qué vendría a ser esa inútil moderación sino una funesta confianza? Ello es indudable que sin este espíritu de irritación, tan justo y racional por nuestra parte, la guerra que aun nos resta se hará sin vigor y los sacrificios que son precisos para concluirla serán violentos. Por lo demás, al echar una mirada general sobre la marcha de estas provincias al logro de su felicidad permanente, la sola duración de la guerra debe considerarse como un motivo de desaliento. Veamos la historia de cuantos pueblos han peleado por su libertad y encontraremos que una lucha mucho más dilatada contra sus antiguos tiranos no ha sido bastante para malograr sus esfuerzos. Los suizos que hasta el día son libres y con una población menor que la nuestra, pelearon contra el poder de Austria; a Holanda insultando a Felipe II, el Portugal separándose de la España en tiempo Felipe IV y que defendiendo al duque de Braganza por el espacio de 17 años mantuvo la contienda todavía hasta la muerte de don Juan y después de la abdicación de don Alfonso tuvo la satisfacción de que la Corte de Madrid le pidiese la paz reconociéndolo independiente; por último Estados Unidos sublevados contra la Gran Bretaña, han tenido que combatir por muchos más años y a la verdad con potencias mucho más fuertes que lo que es España en el día, ni llegará a ser en un siglo. ¿Qué es pues, lo que deberemos temer? A nadie sino a nosotros mismos. Es esta una verdad de que casi no hay persona alguna que no esté penetrada. Los imparciales nos la gritan, los enemigos fundan en ella su bárbara esperanza y nuestros pechos la sienten sin decidirnos por eso a abrazar los medios que la razón y la experiencia nos dictan para falsificarla. ¡Oh, americanos! En vano venceréis a vuestros contrarios; inútilmente el laurel ceñirá vuestras sienes, si os falta firmeza para refrenar vuestras pasiones. Se habla frecuentemente de generosidad y mientras sólo se emplea esta virtud con los enemigos que no han de apreciarla, convirtiéndola en instrumento de sus maquinaciones para dislocar con impunidad el Estado, no la queremos usar con la patria. Para merecer el ser tenidos par patriotas (como lo dice un republicano ilustrado) es preciso ser generosos; porque aquellos que en la causa pública obran por espíritu privado, aunque hagan grandes cosas, serán reprehensibles tan responsables como Aquiles que por su riña con Agamenón dejó de trabajar en beneficio de su patria. Este es el único sentido honroso que tiene esta voz especiosa sin declinar en debilidad o en defecto. Se repite a menudo que esta es la virtud de las grandes almas, sin reparar que cuando lejos de tener objeto racional tiene el escollo de insolentar a los que no pueden ser ganados con ella, la generosidad es el vicio peculiar de los débiles y la máscara con que pretenden ordinariamente cubrir su pusilanimidad y ponerse al abrigo de las resultas de medidas fuertes y eficaces. Por eso es que la prosperidad no admiraría a Enrique IV por su facilidad en perdonar las ofensas que le habían hecho, antes bien lo tendría por insensato si hubiese combatido enemigos como los nuestros. Pero mil causas se combinan para hacer incierta la esperanza de cuantos hombres se complacen en la regeneración de estos pueblos. La causa más justa que jamás ha sostenido pueblo alguno viene a eclipsarse por los desaciertos de los mismos que están empeñados en ella. ¡Ojalá el profundo dolor en que nuestros errores han puesto a los hombres sensatos, en los momentos en que los triunfos más completos esclarecen ya nuestro horizonte, no tuviese otro fundamento que un celo demasiado! ¡Ojalá los rastros de la intriga, del egoísmo, de la insubordinación militar, de la ignorancia de los deberes respectivos, no afease las páginas de la historia de estos ilustres días! De ningún modo el autor de estas reflexiones es de la opinión de ocultar los terribles males que padece la patria, abandonando su curación al tiempo: más antes cree, siguiendo el parecer de los mejores estadistas, que el disimulo no engendra jamás sino una funesta confianza que hace irremediables las desgracias públicas. Con todo, mientras deja a patriotas más hábiles la tarea de discutir prontamente los remedios que deben aplicarse a males tan enormes, se ceñirá a hacer una pequeña observación sobre dos puntos que considera de suma importancia. El primero es la necesidad de corregir la desenfrenada licencia que va introduciéndose en todas las clases del Estado y la mordacidad con que se ataca a las personas públicas. Semejante epidemia es una de las señales más precisas de la falta del espíritu nacional de un pueblo y en nuestro casa proviene también de la malignidad de los enemigos del sistema y la debilidad de los patriotas. Así es que los caracteres más elevados de la revolución son víctimas frecuentemente de la maledicencia: los servicios más señalados vienen a ser obscurecidos y las maldades más notables se cambian sin saber cómo en heroísmo. Muy pocos días son bastante para que el hecho más inequívoco se convierta en problema. De esta manera la patria pierde unas veces sus buenos servidores y otras coloca en la clase de sus mejores hijos a aquellos mismos que la han ofendido. No habrá ninguno que no sienta los funestos efectos de esa facilidad criminal con que se prestan los incautos a las sugestiones de los malvados; pero para no dar lugar a ella es necesario castigar con firmeza los ultrajes contra la causa, sea cual fuese la clase a que pertenezcan los delitos, haciéndolo bajo ciertos principios que nos debíamos haber formado ya; y éste es uno de aquellos casos en que la generosidad mal entendida alimenta el desorden y el vicio. Esta es también la explicación del fenómeno que presentan algunos individuos que han usurpado la confianza del pueblo después de haberle sostenido la guerra en cuanto ha estado a sus alcances, para continuar sordamente la hostilidad que no pudieron finalizar entre las filas de nuestros contrarios. El segundo punto es el grande interés que todos tienen en aniquilar las facciones. El republicano antes citado, nota muy bien que el espíritu de facción que reinaba en Cartago impidió enviar a Aníbal los refuerzos de que necesitaba para acabar con Roma y que las intrigas y pasiones de Hanno pudieron más en la materia que los intereses de la patria, viniendo, en fin, esta falta de espíritu público a causar la ruina de Cartago. El mismo conviene en que la facción es el enemigo irreconciliable de la libertad y que aunque a los golpes que le demos consigamos postrar a este enemigo al suelo, él se levantará como Antéo, incansable, invulnerable e inmortal. Todo lo que podemos conseguir es que este enemigo no llegue a ser, en fin, el asesino de la libertad, al menos en nuestro tiempo. Los que nos sucedan deben tener igual cuidado que nosotros. ¿Podremos ser indiferentes a esas lecciones? Por conclusión nos vemos obligados a alarmar justamente a nuestros lectores con respecto a los implacables enemigos de la felicidad americana. Los españoles europeos son el origen de los males que padecemos aun mucho más de lo que se imagina. Pero ¿qué parte tienen estos, nos replicará alguno, en nuestros errores, en nuestro egoísmo, en nuestra desunión y últimamente en nuestra falta de constancia? La respuesta no es embarazosa para todo aquel que sepa el modo con que se ha conducido la reforma. La manía de conciliación por una parte nos ha hecho perder mucho terreno y por otra el ridículo empeño de imitar más bien a las Cortes de los Estados antiguos, que a los gobiernos de aquellos países que han peleado contra sus tiranos. Es claro, que siendo los españoles europeos poseedores de las riquezas y los verdaderos amos del país al empezar nuestras convulsiones políticas, tenían por consiguiente una influencia decidida sobre la opinión pública y que esta temible influencia debe subsistir si al menos por medios indirectos no hemos segado las fuentes de que dimanaba. Yo no aconsejaré por eso el derramamiento de sangre, ni el trastorno de las fortunas por sistema. Mas al ver que muchos de los que pasan por patriotas frecuentan todavía las casas de los que meditan la ruina del presente sistema; al ver que huyendo de estrecharse con sus hermanos cortejan muchos la amistad de los asesinos del pueblo, mi corazón se estremece con la terrible idea de que aun no hemos podido ponernos a la distancia en que deberíamos estar del punto de que partimos al declarar que queríamos ser libres. Dejo el asunto con una observación ligera. Considerando nuestro estado presente los buenos ciudadanos se lamentan de la falta de aquel genio ilustre que dirigió los pasos de la primera junta y cuyos extraordinarios esfuerzos hemos llegado al camino en que ahora nos hallamos. Yo me permitiré el confesar el gran vacío en que la privación de sus talentos revolucionarios nos han puesto y que su muerte será para mí una eterna desgracia. Mas haciendo el debido honor a la administración presente, creo que los males actuales, según he tratado de probar, provienen de nosotros mismos; y de la pérdida de aquel patriota lamentado diré lo que Cicerón de la muerte del elocuente Crasso: Fuit hoc luctuosum sois, acerbum Patriæ, grave bonis omnibus: sed ütamen rempublican casus secuti sunt, ut mihi non erepta L. Crasso a diis inmortalibus vita, sed donata mors esse videatur. Non vidit flagrantem bello Italiam non ardentem invidia Senatum, non sceleris nefarii principes civitatis reos, non luctum filiæ... non denique in omni genere de formatam eam civitatem, in quae ipse florentissima multum omnibus gloria præstitisset. Este suceso consternó a los suyos, fue acerbo a la patria y llenó de pesar a todos los buenos; pero tales cosas han seguido, que a mi entender los dioses inmortales no quitaron la vida a L. Crasso sino que le concedieron la muerte. No vio consumirse en guerra a la Italia, arder al Senado en partidos, cometer maldades enormes a los principales ciudadanos, cubrirse de luto las hijas... no vio últimamente manchada en todo género aquella ciudad en que él mismo sobrepasó a todos en gloria.
(Fuente: El Independiente, Enero 10 y 17 de 1815)


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***Artículo de El Independiente, 1815***

Los patriotas han tenido un motivo de satisfacción al contemplar la previsión con que el nuevo gobierno ha adoptado entre sus primeras medidas la muy importante de desarmar a nuestros enemigos, minorándoles ese ejército doméstico con que sin duda contarían para el caso de ataque. Mucha injuria sería al buen juicio de los amantes de la libertad el suponer que la leva de esclavos levantada recientemente entre los españoles europeos les ha sido tan sólo agradable porque cede en perjuicio de éstos. La complacencia con que el pueblo recibe esta clase de disposiciones proviene únicamente de la conveniencia que todos perciben en ellas a favor de la causa. Este es el barómetro por el cual puede pronosticarse la popularidad de cualquier decreto. El pueblo sabe que los españoles europeos son sus verdaderos enemigos y no podía dejar de mirar con sobresalto una multitud de brazos aptos para la guerra continuar sujetos a la dirección, a la seducción y al encono de los agentes de la España. Por no haber querido tocar en Caracas las propiedades de sus enemigos domésticos perdieron al fin las suyas junto con la patria; y el gobierno que tiene a su cargo el velar sobre la salud del pueblo, no cumpliría con sus deberes si por respetar tales derechos, que por inviolables que se supongan deben siempre considerarse subordinados al interés de la causa común, permitiese la ruina de la gran obra que ha levantado nuestra sangre. Persuádanse, pues, nuestros contrarios que no habrá cosa que no se use para estorbar la esclavitud de estas provincias, y que sólo sobre el sepulcro de nuestros enemigos internos es que podrá alcanzar a herirnos la espada del soldado metropolitano. Se exclama que de este modo arruinamos las fortunas privadas y que procedemos con violencia. ¿Pero qué mucho es que reviva esta injusta censura cuando todavía resuena el eco impuro de los que criticaban en el año de 1812 las ocupaciones que se hicieron de las propiedades de ultramar? Las sumas que se exigieron entonces de los comerciantes españoles residentes en estas provincias fueron las que pertenecían a los de Cádiz, Lima y Montevideo, que eran los puntos de donde se nos hacía la guerra. Nada se les pidió que fuese suyo, nada que estuviesen autorizados a retener. Lo que entonces hizo el gobierno fue decirles: esos caudales que retenéis, vengan a mis manos; sus dueños han perdido el derecho que a ellos tenían haciéndome la guerra; podía desde luego apropiármelos, pero usando de generosidad no quiero aplicarlos al patrimonio del Estado; me contento con que no estén a la disposición de los mismos que arman expediciones para invadir mi territorio: el uso sólo de este fatal dinero es lo que pretendo. ¿Hay algo en esto que pueda parecer injusto? Yo pregunto: ¿si un apoderado de los comerciantes de Cádiz se hubiese presentado al gobierno del país solicitando que compeliese a sus agentes en estas provincias a entregar los productos de sus negociaciones, que retenían en su poder desde la invasión de los ingleses y sucesivas convulsiones de la Península, debía creerse obligado el gobierno a obtemperar a sus reclamos? ¿Sería injusto que el gobierno mandase a esos infieles agentes exhibir lo que conservan ajeno y los compeliese por todos los medios que las leyes indican al efecto? Pues por qué se quejan de que el gobierno, constituido por la guerra heredero de las acciones del enemigo, cobre lo que él mismo estaría en otro caso obligado a hacer pagar a un comisionado privado? Entre nosotros que tanto nos picamos de imitar a las naciones cultas, no puede disputarse la legalidad, no digo de la ocupación de los dichos caudales, pero ni tampoco del derecho inconcuso que el gobierno del país tenía de aplicarlos al fisco; y si hay alguno que no se satisfaga con el ejemplo que la España nos ha dado repetidas veces y en cuantas guerras ha sostenido con otras naciones; si ignorante de lo sancionado por el derecho de la guerra quisiese modelos más elevados para fijar en el particular su opinión, examine lo que la Inglaterra acaba de practicar al empezar la guerra actual con los Estados Unidos, y verá que los comerciantes ingleses han sido obligados a manifestar cuanto estaba en sus manos perteneciente a los súbditos americanos; operación que sin duda no se ha adoptado por el Ministerio Británico para remitir bajo convoy las sumas que se recogiesen a los ciudadanos del Estado enemigo. Y en cuanto al modo que se observó en la ejecución de aquella providencia, los comerciantes españoles que son el abismo de la mala fe y del engaño, ¿podrán quejarse de violencia? ¿Cómo merecían ser tratados unos monopolistas que tuvieron la impudencia de excusarse con que no tenían libros o de presentarlos desfoliados? Por este solo hecho, decaídos de aquella consideración y honor que tan justamente es debido a los verdaderos comerciantes, se expusieron a ser tratados como defraudadores públicos y desmerecieron aquella misma lenidad con que no obstante fueron tratados y al favor de la cual conservan hasta el día inmensas cantidades que no ha sido dable descubrir. Acaso otros efugios tan degradantes como aquellos les habrán servido para ocultar los esclavos que han debido entregar en cumplimiento de lo últimamente mandado. Por el estado de la población de esta ciudad que se formó en el año 1810, resulta que el número de negros meramente en el recinto de ella era de 6955 varones, 5512 mujeres, 1473 niños, 1167 niñas. En este padrón no se comprendían doce cuarteles más que después se han formado y son los respectivos a los arrabales y quintas.

domingo, 1 de junio de 2008

Documentos del FRIP (Frente Revolucionario Indoamericanista Popular)

En esta sección nos proponemos poner a disponibilidad documentos de una de las organizaciones parteras de PRT-ERP, el FRIP (Frente Revolucionario Indoamericanista Popular). Según indican las investigaciones el mayor de los hermanos Santucho de Santiago del Estero-Argentina, Francisco René Santucho, constantemente recorría el interior de varias provincias del norte, por las características idiomáticas y culturales de hace siglos en Santiago del Estero ( al igaul que en otras provincias como Salta, Chaco , Formosa posee ademas del catellano como idioma de la mayoría de la población, pueblos que tienen su idioma-en la actualidad se está formando maestros y maestras de grado bilingües-) se mantiene el Quechua; al encuentro de trabajadores muchos de ellos sólo sabían un idioma, de allí estos primeros escritos en quechua.

FRIP Nº 2. Noviembre de 1961.
Boletín Mensual del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular

Llajtaicu ckarecka, mana cananta, lamcaylla llamcan, mana paypaj inatapas khas. Tarpuy cachun, caña cachun, quiquinllami tucuy: ckollcke imacka, sucunallapajmi, atuchajcunallapaj; paypajcka, mana aicapas. Chay tucuytacka, sujyachinataj cachun. Nami tucucunampaj alli.
Llajtaicu ckaricuna: nockaicuan cuscayachis, sujllayas sinchiyananchispas. Sujlla atun callpa sayacoj casajcu!

Traducción: el hombre de nuestro suelo, en indebida forma, trabaja y trabaja, sin que de ello nada vea para sí. Sea la siembra, el hacha o la caña, todo resulta igual: el dinero y los demás, es siempre para otros, para los poderosos solamente: nunca para él.
Propongámonos para que todo eso cambie. Ya es hora de que concluya. Hombres d nuestra tierra: uníos, incorporaos a nosotros, para que unificados nos fortifiquemos. Seamos una sola gran fuerza que haga frente y que resista!


FRIP Nº 3. Diciembre de 1961.
Boletín Mensual del Frente Revolucionario Indoamericanista Popular

Ckacka achca atejcunapa mana alli soncko caynincuna raycu, llajtacucuna huajchalla cancu.
Mana caymantacuna, tucuy amamanta paypachacuncu; chaypata huajchacunacka, huasincunata huijchus, rinancuna tian mayllamanpas llamcaj, mana yarckaymanta huañunayaspacka.

Llajtamasicuna: cuscayananchis tian, sujllayas, yanapanacus, chaynacunamanta ckeshpinanchispaj.

Traducción: por la mala fe que abrigan aquellos que pueden mucho, nuestros coterráneos son siempre pobres. Los que no son de aquí, los de afuera, se adueñan de todo: de ahí que la gente pobre, abandonando sus hogares, tenga que ir hacia cualquier parte a trabajar, para no morirse de hambre.

PAISANOS: DEBEMOS AGRUPARNOS, PARA QUE UNIFICADOS, AYUDÁNDONOS LOS UNOS A LOS OTROS, PODAMOS LIBERARNOS DE ELLO


El Proletariado Rural como Detonante de la Revolución Argentina

Editado por la Secretaría Ideológica del FRIP
Frente Revolucionario Indoamericanista Popular
TESIS POLÍTICAS DEL FRIP

Editado en el diario NORTE ARGENTINO-1964


INTRODUCCIÓN

Este folleto contiene el Documento Político aprobado por el Congreso del FRIP, reunido en Tucumán los días, 17, 18 y 19 de enero de 1964.
Dicho documento recoge la experiencia teórica y práctica del FRIP, es un resumen —en forma de tesis— que demarca la línea política y la estrategia del movimiento para su concreción como partido revolucionario.
Es de gran importancia señalar que estas tesis expresan racionalmente el punto de vista de los obreros del interior sobre problemas fundamentalmente de la revolución argentina. Han sido producto —como se dice más arriba— de la experiencia del FRIP, cuya práctica se ha desarrollado fundamentalmente en Santiago, Tucumán y Salta, es decir en el corazón del Noroeste.
Como bien señalaba el informe base a partir del cual se formularon, estas tesis son solo el primer paso que da el FRIP en su análisis de la revolución indoameriana. Ellas se enriquecerán, profundizarán, ampliarán, a medida que nuestro movimiento acreciente su fusión con la revolución, con sus protagonistas fundamentales: la clase obrera y el campesinado.
Norte Argentino, Junio de 1964.


TESIS I

La República Argentina es un país
semicolonial seudoindustrializado

Caracterizamos a la República Argentina como un país semicolonial, seudoindustrializado. No es como sostienen los teóricos burgueses, y también algunos de izquierda, que la Argentina se encuentre en un desarrollo capitalista “clásico”; es decir, no es que nuestro país haya llegado a través del desarrollo de sus fuerzas productivas al capitalismo y de lo que se trate ahora sea de desbrozar el camino de las supervivencias feudales para un más amplio desarrollo de ese capitalismo, esto es, que la burguesía argentina realice la inconclusa revolución democrático-burguesa. La industrialización, mejor dicho, la seudoindustrialización de la Argentina, es promovida por el imperialismo. No es el resultado de una nueva clase en ascenso, de una burguesía nacional con intereses en el mercado interno, vale decir, con intereses nacionales, sino que es el producto de nuevas formas de explotación de los países coloniales a que ha echado mano el imperialismo. Este, sin abandonar su rapiña financiera, explota económicamente a los países coloniales y semicoloniales, se introduce con industrias (la seudoindustrialización) en la estructura económica de estos países, pasa a ser un factor interno en su desarrollo. No se limita a explotarnos en el comercio internacional, a vendernos productos manufacturados, sino que ahora los produce en nuestros propios países, con la mano de obra barata, sin impuestos, sin competencia, en condiciones óptimas, extrayendo ganancias cada vez más fabulosas.
En el proceso de penetración el imperialismo entrelaza sus intereses con la gran burguesía nacional y con la oligarquía terrateniente; las convierte en sus socias menores. Se inserta en las viejas formas de producción sin transformar en profundidad la estructura económica. No desarrolla plenamente las industrias productoras de medios de producción (maquinaria pesada, etc.), que habrían de sostener el posterior crecimiento de los sectores industriales ligados a la producción de bienes de consumo, (que en nuestro país sobrepasa a la producción de bienes de producción) sino que deja intacto el poder económico de sus aliados —la gran burguesía industrial y rural y la oligarquía terrateniente—, dándose entonces, en la sociedad política, una coparticipación en el poder de las clases dominantes, pese a las fracciones circunstanciales, y al agudizamiento, en momentos de crisis, de las contradicciones interburguesas. El imperialismo, por otro lado, se favorece ante esta situación, porque sigue obteniendo altos rendimientos en sus inversiones, y porque al mantener las viejas formas de explotación agrarias —originadas por la división internacional del trabajo en la fase de predominancia del imperialismo mercantilista, exportador de manufactura— mantiene nuestros lazos de dependencia con el mercado internacional, todo lo cual indica que de ninguna manera la industrialización por sí sola juega un papel progresista en nuestros países. Todo lo contrario, la industrialización, la seudoindustrialización, refuerza nuestros lazos de dependencia, significa un aumento del grado de explotación de nuestro pueblo.


TESIS II

La burguesía nacional en su conjunto es incapaz de luchar por la liquidación de la dependencia de nuestra patria, por un desarrollo nacional independiente. Solo sectores minoritarios —la pequeña y mediana burguesía industrial— pueden jugar un papel de aliados circunstanciales del proletariado, pueden ser arrastrados circunstancialmente por el proletariado en la lucha antiimperialista.

Pero el imperialismo se limita a controlar las industrias más importantes. Estas requieren de la colaboración de un gran número de industrias subsidiarias pequeñas y medianas, las que quedan en manos de la burguesía nacional, con intereses opuestos a los del imperialismo, lo mismo que la burguesía comercial menor, interesada en la expansión del consumo nacional. De esta manera la seudoindustrialización provoca la existencia de tres sectores burgueses:
—LA GRAN BURGUESÍA, aliada incondicional del imperialismo, cuyas ganancias comparte como socio menor, la que constituye, por otra parte, el sector más importante y representativo de la burguesía nacional.
—LA BURGUESÍA COMERCIAL MEDIANA Y PEQUEÑA, no ligada al comercio internacional.
—LA BURGUESÍA DE LAS PEQUEÑAS Y MEDIANAS INDUSTRIAS.
Estos dos últimos sectores de la burguesía nacional son opuestos en sus intereses al imperialismo, y necesitan de la aplicación del mercado interno, del aumento del poder adquisitivo de todo el pueblo, constituyéndose entonces en aliados circunstanciales del proletariado, que pueden incorporarse circunstancialmente a su lucha. Pero su debilidad y el hecho de tender hacia su fusión, con el capital imperialista, los despoja de iniciativa propia, de capacidad revolucionaria a estos dos sectores. Solo se incorporarán circunstancialmente a la lucha antiimperialista que encabece el proletariado. En resumen, por sus vinculaciones económicas, la burguesía nacional está incapacitada —como lo demuestra la historia de los últimos 30 años— para imprimir a la nación un desarrollo capitalista independiente, para cumplir las tareas democráticas que están aun a la orden del día para el desarrollo nacional. Estas vinculaciones económicas unen los intereses de la burguesía industrial con los de la oligarquía terrateniente, vinculada tradicionalmente a los monopolios de la carne, cereales y otros productos primarios, y a los consorcios financieros imperialistas, lo que la ata completamente para realizar la reforma agraria y liberar al país de la dependencia exterior, tareas básicas sin las cuales no es posible el desarrollo económico.

TESIS III

La seudoindustrialización acentúa los desniveles regionales, y aumenta la superexplotación de los obreros de las zonas coloniales más atrasadas.

El imperialismo, al introducirse como factor estructural en el desarrollo de la economía Argentina promoviendo la seudoindustrialización, ha acentuado los desniveles regionales, al desarrollar unilateralmente la zona portuaria en detrimento del interior. En este sentido, al centrar el establecimiento de “islotes industriales” principalmente en Buenos Aires y el Litoral, provoca un crecimiento desmesurado de esa región en relación con otras zonas interiores. Y a la vez que acrecienta el proletariado industrial, establece en la región las formas más avanzadas posibilitando la existencia de sectores obreros privilegiados. Sin embargo, el imperialismo mantiene la explotación colonial en las industrias primarias. Es por ello que la explotación de la clase obrera cobra características de superexplotación de las masas trabajadores más atrasadas y ocupadas en actividades primarias. Tal es el caso de los obreros azucareros, mineros, forestales, peones agrarios, etc.

TESIS IV

La burocracia sindical centralizada en Buenos Aires es el principal obstáculo para el desarrollo del proletariado, y debe enfrentársela sobre la base del movimiento obrero del interior.


Para defender sus intereses profesionales, los obreros se organizan sindicalmente. El sindicato es entonces un aparato administrativo, que el proletariado debe desarrollar para su lucha económica, por sus reivindicaciones gremiales. Y como todo aparato administrativo es propenso a la burocratización, a un desarrollo exagerado que lo aleja de los intereses de las masas, creando sus propios intereses.
La presencia de sectores privilegiados en el seno de la clase trabajadora, centralizados en los grandes centros industriales, proporciona una base social inmejorable, son el caldo de cultivo para la burocratización, para la consolidación de un poderoso aparato burocrático.
La inexistencia de un partido revolucionario capaz de someter la lucha económica a una lucha política revolucionaria, capaz de llevar al proletariado a superar las limitaciones de las reivindicaciones puramente económicas, también ha favorecido el fortalecimiento de la burocracia. Estos son los factores que han permitido la formación de la poderosa burocracia que hace de dique de contención al proletariado y que este debe liquidar en su ascenso revolucionario. Así, la burocracia centralizada en Buenos Aires, controlando al conjunto del Movimiento Obrero a través del aparato cegetista, cumple su nefasto papel de desviar, de contener al proletariado, y como tal, debe ser combatida sin descanso por el Partido de la Revolución, dirección política de la clase obrera.
En la zona colonial, en cambio, por la superexplotación del proletariado rural, las direcciones sindicales representan las reales aspiraciones de las masas (tal es el caso de F.O.T.I.A.) o en el caso de haber degenerado en burocracia, se mantienen precariamente (caso FOSIF por ejemplo). Por otra parte, el grado de agremiación es todavía bajo, lo que posibilita que el Partido Revolucionario pueda dirigir y controlar un proceso de sindicalización. De manera que los militantes del FRIP pueden y deben trabajar en el terreno sindical, sobre el proletariado de la zona colonial, sin descuidar la tarea entre los obreros urbanos, sindicalizando, estructurando el movimiento obrero en intersindicales y regionales en permanente lucha contra la burocracia, con miras a arrancar de sus manos la dirección efectiva del Movimiento.

TESIS V

En la República Argentina, el eslabón más débil de la cadena es el Norte Argentino.

La existencia en el país de zonas económicas netamente diferenciadas, origina distintas relaciones de producción. Se pueden distinguir en forma global dos zonas:
1. —una zona avanzada, con gran crecimiento industrial, y gran desarrollo capitalista en el campo.
2. —una zona colonial, subdesarrollada, con formas atrasadas de producción y asiento del sector industrial de actividad primaria. Tal es el caso del Norte, Cuyo y la Mesopotamia.
Estos desniveles regionales plantean a la vanguardia problemas tácticos, programáticos y formas de trabajo político que deben medirse cuidadosamente para el posterior planteo de la táctica insurreccional.
La existencia de estas zonas diferenciadas genera distintos sectores y permite delimitar el sector de la clase obrera que se encuentra afectada en la zona colonial, soportando de manera más aguda las contradicciones del sistema capitalista. En el norte, existe un numeroso proletariado rural afectado en sus relaciones con la oligarquía azucarera (sin tradición de burguesía aunque emplee las formas racionales de explotación capitalista), con el imperialismo que controla el paquete accionario de muchos ingenios, perteneciéndole totalmente algunos, con la burguesía forestal que aún continúa utilizando en el seno del obrajes las antiguas formas de pagos con vales, giros, etc. Este proletariado rural es allí sometido a una cruel explotación.
Es en el Noroeste donde al no darse un acentuado desarrollo capitalista no se ha originado el crecimiento de las capas medias, y donde la diferenciación social, la existencia de ostensibles desniveles de ingreso, es más evidente. Es en el Noroeste donde el aparato de represión del Estado burgués es más débil, no habiendo desarrollado las clases dominantes las vías institucionales para incorporar a los sectores explotados dentro de los marcos del sistema, mejorando en algo sus condiciones de vida, amortiguando la lucha de clases. Es el Noroeste el lugar donde el peso contrarrevolucionario de la burocracia sindical es menor, a diferencia, de lo que ocurre en los grandes centros urbanos.
Estas características establecen:
1—existen condiciones objetables de superexplotación del proletariado rural.
2—las posibilidades de desarrollo del FRIP entre el proletariado rural son óptimas.
La permanencia de estas condiciones y la imposibilidad de la burguesía de suprimirla, provocando un ensanchamiento temporario de los marcos del sistema capitalista, incorporando en ese proceso, en otros modos de integración social al proletariado rural, determina que el Noroeste sea el eslabón más débil de la cadena, el nudo que habrá de romper el FRIP, poniendo a las masas en combate, haciendo funcionar el motor humano de la revolución.


TESIS VI

El proletariado rural, con su vanguardia el proletariado azucarero, es el detonante de la Revolución Argentina.

El proletariado del Noroeste está constituido en su inmensa mayoría por el proletariado rural, el proletariado ocupado en actividades primarias, localizado en las zonas rurales, en el azúcar, la explotación forestal, las minas, el algodón, etc. Este proletariado alcanza a 400.000 trabajadores, y cuenta con el proletariado azucarero nucleado en FOTIA como vanguardia natural. También esta la FOSIF, que nuclea al proletariado forestal de Sgo. Del Estero, numerosos sindicatos mineros, peones agrarios (FATRE), petroleros, etc.
La tradición de lucha del proletariado rural encuentra su expresión en el proletariado rural tucumano. Con un alto grado de politización, de conciencia de clase, los trabajadores azucareros han señalado en reiteradas oportunidades el camino de la lucha al resto de la clase obrera argentina. Han llevado a su más alto nivel de combatividad el método más avanzado de combate espontáneo alcanzado por la clase obrera argentina: la ocupación de fábricas. En la última huelga por mejoras salariales, el gobierno provincial debió recurrir a la Gendarmería Nacional por resultarle insuficiente la policía para detener la movilización azucarera. La FOTIA agremia a 90.000 obreros con sus familias. El proletariado azucarero cuenta además con otra poderosa arma: la concentración. Tucumán es la provincia con mayor cantidad de habitantes por Km. Cuadrado.
El resto del proletariado rural del Noroeste argentino tiene la característica común de que el grado de explotación a que se ve sometido lo obliga a buscar permanentemente una salida, una modificación sustancial. No puede aguantar por más tiempo. Pero a diferencia del proletariado rural azucarero, no se encuentra ni tan concentrado, ni tan politizado. Por contrario, ha sido abandonado por toda la izquierda cuya prédica nunca se hizo escuchar. Y está listo para despertar, esperando quien lo dirija para ponerse en movimiento.
La lucha del proletariado azucarero encabezado por FOTIA, confirma la tesis de los desniveles regionales, de la existencia de una zona colonial-capitalista, en donde se agudizan críticamente las contradicciones no resueltas en el desarrollo capitalista por la burguesía. Y es de señalar que esta lucha quedó reducida a los límites del sistema capitalista por la ausencia de una vanguardia esclarecida que indique desde fuera de FOTIA una estrategia revolucionaria llevando a la clase obrera a una abierta lucha contra el régimen.


TESIS VII

En toda indoamérica, el proletariado rural es el sector más explosivo de la clase obrera por su carácter de enemigo irreconciliable del imperialismo y por la superexplotación a que se ve sometido.

Las características enunciadas del proletariado rural, así como la importancia del problema regional, no son exclusivas de Argentina sino que son una característica general en toda Indoamérica. En la mayoría de los países latinoamericanos, el sector más combativo de la clase obrera es el proletariado rural pues sobre él cae el mayor peso de toda la explotación (mineros, cafetaleros, bananeros, azucareros, etc.)


TESIS VIII

El papel del proletariado urbano en el proceso de la revolución argentina no se desmerece por el carácter de detonante, iniciador de la revolución que posee el proletariado rural.

La afirmación que antecede, que señala al proletariado rural como detonante de la revolución, no significa de manera alguna que se desmerezca, que se subestime el rol del proletariado urbano en la revolución. La clase obrera forma un conjunto, es una totalidad, y como tal es la clase más revolucionaria de la sociedad, la que representa el futuro, la que dirigirá a todo el pueblo en la liquidación del capitalismo y la instauración del socialismo. Sobre todo, en la construcción del socialismo los obreros urbanos tendrán una importancia primordial, por su preparación, por su número, pero en el proceso revolucionario, en su faz inicial, el destacamento de vanguardia de la clase obrera será el rural.


TESIS IX

El proletariado rural incorporará fácilmente al campesinado a la lucha por la liberación nacional y social.

Por los profundos lazos que unen al proletariado rural con el campesinado, el mismo se encuentra en inmejorables condiciones para sellar la alianza obrero campesina, arrastrándolo junto a él. Los obreros rurales y locales; son hijos, hermanos, vecinos. Ese hecho facilita enormemente su influencia sobre el campesinado. Este es otro rasgo que otorga al proletariado rural el papel de mayor importancia en el proceso revolucionario. Los campesinos, explotados en el mercado, tienen intereses contrapuestos con la burguesía, la oligarquía y el imperialismo. Están por ello dispuestos a luchar contra ellos; más por su carácter de clase proletaria, es incapaz de llevar adelante una lucha consecuente, y por su heterogeneidad, por su dispersión geográfica, no está en condiciones de constituir por sí sola una fuerza capaz de combatir abiertamente contra el régimen. Es así que el papel del campesinado en la Revolución Argentina es el de compañero, aliado, apoyo del proletariado. Sin embargo, es necesario ganarlo por esa alianza y el proletariado rural está en inmejorables condiciones para conseguirlo.
Debemos señalar que en lo que respecta al resto de Indoamérica, tal como lo señala la experiencia peruana, mexicana, cubana, el campesinado disputa el liderazgo de la revolución al proletariado, e incluso ha resultado campo propicio (tal como lo enseña la revolución cubana y la formación del FIR en Perú) para el desarrollo de una vanguardia revolucionaria).


TESIS X

El FRIP como vanguardia en construcción de la revolución argentina, debe dirigir su trabajo de desarrollo sobre la base social de los trabajadores rurales, especialmente sobre la FOTIA y la FOSIF, sin descuidar el trabajo sobre otros sectores, en especial el proletariado urbano.

Entonces el FRIP debe organizarse como el Estado Mayor de la Revolución Argentina, sobre la base primordial del proletariado rural, especialmente sobre el proletariado azucarero; debe dirigir sus esfuerzos a consolidarse organizativamente entre el proletariado rural, ponerse a su cabeza, y señalarle el camino de la lucha, el camino de la toma del poder. Solo un partido revolucionario, estructurado sobre esa base social, con una férrea organización, dirección centralizada, completa independencia ideológica y organizativa, estará en condiciones de llevar el pueblo a la victoria, liquidar al imperialismo, al capitalismo, la explotación del hombre por el hombre y abrir a la Argentina, a Indoamérica, el brillante futuro de una sociedad socialista. Y ese partido será el FRIP, que construiremos con nuestras propias manos, con nuestra actividad incansable de revolucionarios.